“Mami, tengo la pierna derecha dormida”. Con esa frase, Mora Callejón, de 19 años, le avisaba a su mamá, Silvana Mancuso, que no tenía sensibilidad en su pierna derecha, de la cadera hasta la punta del pie.
“Como imaginar que por la impericia y la negligencia de un neurólogo. que no le dio importancia a lo que ella le contó, de su dolor de cabeza y su pierna dormida, nos mandó a un SPA y le costó la vida”, recuerda Silvana, como si todo hubiera ocurrido ayer, con las mismas lágrimas y el dolor por haber perdido a esa “chica sana, amorosa y querida por toda la comunidad bonaerense de San Martín”.
Todo comenzó 29 de octubre del 2008, jornada en la que se celebraba el primer Día Mundial del ACV. “Mora amaneció con la pierna dormida desde la cadera hasta el pie y con cefalea. Ese mismo día fuimos al clínico, el 30 al neurólogo, el 31 al traumatólogo. Los dos últimos nos negaron estudios complementarios que podrían haber evitado el desenlace fatal”, recordó Silvana, en diálogo con la prensa.
Según detalló la mamá de la estudiante de Diseño de indumentaria y textil en la Universidad de Morón, su hija “no expresaba ningún tipo de dolor, solo no tenía sensibilidad”: “Salimos del clínico y nos cruzamos para pedir turno con el neurólogo, pero recién tenían para dentro de 12 días. Algo en mi me decía que no podíamos esperar, llamo por teléfono a mi mejor amiga y le pido que me pase el teléfono del neurólogo que atendía a su suegra”.
Ese neurólogo no era otro que Jorge Orlando Ferrari, especialista jerarquizado en neurología y miembro de la sociedad neurológica argentina, quien por aquel entonces se paseaba por los canales de televisión dando cátedra de sus conocimientos. “Él nos negó sistemáticamente en tres oportunidades solicitadas por mí, medicándola sin estudios previos, enmascarando los síntomas y mandándonos a un spa”, cuenta Silvana.
Actualmente, Ferrari está procesado por “mala praxis” y continúa trabajando en el Hospital Interzonal General de Agudos “Eva Perón” (ex Castex) de San Martin a la espera de que la Corte Suprema de Justicia falle y de lugar a un eventual juicio oral y público. “Yo en 2008 no tenía ni idea de lo que era un ACV ni sus síntomas. Nos atiende Ferrari y Mora le cuenta sobre la pierna”, agregó Silvana.
Y sumó: “Le dijo que no era problema del nervio ciático, porque sino tendría dormido desde la cadera hacia la rodilla. Entonces me dijo que mi hija tenía un problema neurológico. En la pierna izquierda, Mora sentía todo. Pero en la derecha no sentía nada. La pinchaba y nada. Le pide que se pare y al verla de cuerpo completo nos dice ´cómo creció la nena´, enfrente de la mamá y en un contexto que hoy todavía me genera nerviosismo”.
Fue entonces que Ferrari les dijo que si en 10 o 15 días no le pasaba su malestar, le iba a mandar a hacer un electromiograma. “Nos preguntó si teníamos un jacuzzi, nos dijo que él tenía uno muy bueno y nos mandó a un spa ,porque decía que era por estrés. Se negó a mis pedidos de hacerle una tomografía. El medico no tiene obligación de resultados ´de´ , pero si obligación de medios ´de´ poner a disposición del paciente todos los medios de los cuales disponga para salvarles la vida y como principio fundamental no dañar”, asegura Silvana, que lleva luchando en la justicia más de una década.
Ferrari le dio a Mora medicamentos para que se relaje, pero ella nunca mejoró. “Por lo desesperación, nos fuimos a ver al traumatólogo a la clínica Santa María y esperamos por cinco horas. Nos dio cinco sesiones de kinesiología. Como diagnóstico puso compresión lumbar en base a nada. Me dijo que algo me tenía que poner para que la obra social pague las sesiones y que no me iba a dar la orden para una resonancia. Ellos por impericia, negligencia y omisión permitieron que la enfermedad de Mora evolucionara libremente llevándola a la muerte el 3 de noviembre del 2008”.
Ese día, seis días después de haber visitado a Ferrari, Mora se descompensa: “No puedo entender como no la mandaron a hacer estudios. La soberbia de estos médicos mató a mi hija. La soberbia de Ferrari la mató, disfrazó los síntomas con la medicación. Mi hija pasó días adormilada por los remedios hasta que el 3 de noviembre golpeó a la puerta de mi habitación y con una voz que no pude reconocer me dijo que no podía respirar”, contó.
Ya en este punto, la voz de Silvana se terminó por quebrar, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas y el recuerdo de Mora se hizo presente más fuerte que nunca, como si todo acabase de ocurrir hace tan solo minutos y no hace más de una década: “Llegamos a la guardia del Eva Perón. A Mora la asistieron, pero hizo un infarto. Me querían echar, pero les dije que me iba a quedar con mi hija”.
Fue entonces que los profesionales que atendieron a la joven de 19 años le dijeron a Silvana que tenían que hacer de urgencia una tomografía porque Mora había sufrido un ACV.” El primer estudio se lo hicieron cuando ya no tenía salvación, cuando la cabeza le había explotado: “La operaron varias veces y lo único que hice fue preguntarle al médico si era irreversible. Me dijo que si. La desesperación y verla a Mora ahí, sabiendo que la perdía, fue terrible”
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