Días atrás, un grupo de agentes de la DDI de Lomas de Zamora pateó la puerta y entró al domicilio marcado sobre la calle Doyenard en Lavallol. Buscaban a Enzo Matías Pereyra, de 27 años, con antecedentes por amenazas con arma blanca. El expediente, instruido por la fiscal Marcela Juan, titular de la UFI N°16 de Lomas de Zamora, llevaba la calificación de abuso sexual agravado, lesiones graves agravadas y reducción a servidumbre: las víctimas eran cuatro mujeres, tres de ellas menores de edad, que el hombre presuntamente mantuvo encerradas en esa casa desde el inicio de la cuarentena obligatoria hasta octubre pasado en condiciones aberrantes.

Cuando los efectivos ingresaron el hombre ya no estaba, se había escapado. Pero en uno de los cuartos cerrado con un candado encontraron a tres de las víctimas gravemente heridas.

La cuarta había logrado huir.

Pereyra, luego de pasar más de un mes prófugo y oculto en la villa 1-11-14, fue arrestado esta semana en la Plaza San José, en el barrio porteño de Flores. Su detención se concretó tras la orden de la fiscal Juan en medio de un operativo en conjunto de la policía porteña y la Gendarmería. Sus tatuajes lo delataron: irónicamente, son dos lágrimas de tinta en su cara.

Así mientras el silencio se hizo eco por las calles debido a la cuarentena total que regía en el conurbano, en el interior de ese hogar ubicado en un suburbio típico de casa bajas de la zona sur del Gran Buenos Aires, los gritos de horror tampoco se escucharon.

Fue la víctima que escapó quien contó la historia.

Según confirmaron fuentes judiciales a Infobae, la trama comenzó dos años atrás cuando Pereyra conoció a Micaela, una de sus víctimas -un nombre de fantasía empleado en esta nota para preservar su identidad- en la plaza central de Lomas de Zamora. Ambos se encontraban en situación de calle: Micaela tenía 13 en ese momento y Pereyra 25. Pasó el tiempo y en ese lapso, Micaela fue abusada por otro hombre y quedó embarazada.

Tras la violación, la chica tuvo al bebé y volvió a la calle. Allí se reencontró con Pereyra y comenzaron una especie de relación en el marco de una situación de abuso, ya que ella era menor de edad. Una vez que el coronavirus se convirtió en una realidad y el Gobierno decretó la cuarentena obligatoria, decidieron mudarse a la casa de la madre de la joven, Sandra, en la calle Doyenard, a media cuadra de una comisaría.

Allí además de Sandra vivían las dos hermanas de Micaela, de 12 y 13 años. Pereyra fue recibido y en poco tiempo comenzó la brutalidad. En un principio, Pereyra no mostraba gestos de violencia, pero mientras los días transcurrieron, el hombre comenzó a cambiar. Primero insultos y malas formas de responder, luego largas golpizas con elementos contundentes y por último, el horror.

El hombre durante los meses que vivió en la casa, según quedó acreditado en la causa, encerraba a las mujeres dentro del domicilio impidiéndoles salir. Cerraba las puertas con candados, les ataba los pies y las obligaba a quedarse paradas por horas para luego golpearlas. Cuando caía el sol, en medio del invierno, les exigía salir al patio desnudas y las amenazaba, las torturaba por placer. En medio de esas atrocidades, las forzaba a bañarse de noche con agua fría mientras las observaba.

Incluso, Pereyra no les permitía comer salvo cuando él lo quería. Y para evitar que se escapen controlaba el dinero de la casa.

En una de esas noches, Pereyra amenazó a una de las niñas de 12: “Te voy a matar”, dijo.

Así, tomó un hierro con forma de cruz y la golpeó sin cesar mientras le gritaban que se detenga, que la iba a asesinar. Según quedó demostrado en la causa, la chica fue herida con un tajo en la parte superior de la cabeza.

Tras las violentas golpizas, Pereyra comenzó a abusar sexualmente de las mujeres en forma regular. Hasta que una noche Micaela le dijo que tenía que parar, que se tenía que ir y lo intentó echar de la casa. “Cerrá el orto y callate. No me hagas poner nervioso. Sos muy bonita para terminar como tu mamá y tus hermanas. Y te aseguro que no querés terminar como ellas”, le respondió.

Pocas semanas atrás, Micaela logró escapar de la casa y se dirigió a realizar la denuncia que recayó en la fiscalía a cargo de la doctora Juan. La fiscal inmediatamente ordenó un allanamiento en la casa, pero Pereyra se había fugado. Los policías que ingresaron al domicilio, según las fuentes con acceso a la causa, rescataron a las dos niñas y a Sandra que se encontraban encerradas en una habitación y las llevaron a un lugar seguro.

Luego, la fiscal Juan ordenó mediadas para atrapar a Pereyra. En paralelo se entrevistó con las niñas, en el marco de un peritaje clave en los casos de abuso sexual de menores: la cámara Gesell. Allí relataron la serie de torturas y abusos realizados por Pereyra. El resultado de esos exámenes fue positivo, se encontró que no existían elementos de fabulación, un punto clave en casos como el del futbolista Jonathan Fabbro, condenado en primera instancia a 14 años por la presunta violación de su ahijada. También, le tomó declaración a la madre de Micaela, quien contaba con una gran cantidad de hematomas debido a los golpes de Pereyra.

De este modo, los detectives recibieron el dato de que un hombre con dos lágrimas tatuadas cerca de un ojo estaba escondido en la villa 1-11-14 en el barrio del Bajo Flores: la descripción cabía con el perfil de Pereyra. Así, comenzaron a seguirlo y vieron que el hombre solía dejarse ver por la Plaza San José en Flores. La fiscal Juan envió a la DDI de Lomas de Zamora para asegurarse de que era él, cuando lo confirmó ordenó su detención: el hombre fue arrestado y poco después se negó a declarar.

Ahora, Pereyra se encuentra encerrado en un calabozo acusado por las atrocidades que presuntamente cometió y aguarda que la causa se eleve a juicio. Mientras sus víctimas fueron trasladadas a un lugar seguro y cuentan con asistencia psicológica. Sus testimonios serán la clave para condenarlo.

Infobae