Una noche de 1994, dos hombres, Wilson (45) y Carlos (41), observaron con sorpresa como una nave de origen desconocido descendía sobre unos pastizales de un tambo situado en la estación Verdún, muy cerca de la ciudad de Minas, en Lavalleja, Uruguay. El aparato de aspecto discoidal, no emitía ningún sonido ni emanaba gas alguno.

La estructura, aparentemente metálica, parecía una calesita detenida en el medio de la nada. Debajo del objeto, cuatro seres de aspecto dantesco, realizaban vaya a saber qué experimentos con unos pobres cerdos que dormían en un improvisado chiquero.

“Vamos a hacer contacto” dijo Wilson, Carlos lo miró aterrado y en ese momento tomó conciencia de que era un camino sin regreso. Tenía que decidir rápido y no sabía que le asustaba más, si la idea de quedarse solo en el medio del monte y que algo desconocido lo encare en la oscuridad o avanzar hacia el ovni que flotaba frente a sus ojos. Finalmente resolvieron ir juntos. Por un momento, mientras caminaban, debatieron sobre que no iba a quedar nadie para contar lo que había pasado, pero en fin, ya estaban saliendo del entrevero de eucaliptus y ahí adelante estaba el objeto.

Uno de los hombres sacó un arma, pero enseguida la volvió a guardar en su canana al darse cuenta de lo ridícula de la situación. Una pistola 9 milímetros contra un disco alienígena era una pelea despareja y si algo había aprendido de la ciencia ficción, es que esa ecuación nunca termina bien. El miedo en circunstancias extraordinarias hace que la gente tenga reacciones realmente estúpidas.

Llegaron al bajo de una cañada y se metieron en una tenue cortina de niebla; por unos segundos su atención estuvo puesta en no caer en el hilo de agua. Todo era raro, pero parecía que el mundo se había silenciado, ni pájaros, ni viento, ni el murmullo del arroyo se escuchaba. Cuando salieron del cañadón: nada. Ya no estaba el plato volador, los seres extraños se habían esfumado, los chanchos dormían tirados en el barro. Se habían perdido la experiencia. Pero ¿en qué momento?, siempre lo estuvieron observando, veían la siluetas caminando. Los dos hombres no entendían la que había pasado.

Mientras regresaban a la ciudad, mateando en el auto, concluyeron de que realmente habían llegado al lugar en donde se había posado la nave pero que al percatarse de su presencia y de una manera que los humanos desconocemos, desaparecieron. Lo que no se Wilson, era que para el la experiencia recién había comenzado.

Encuentro cercano del cuarto tipo

Wilson llegó a su casa del barrio “Estación” en Minas. Se sacó los zapatos húmedos, dejó los aparejos y se preparó unos mates amargos. Por la casa iba dejando los abrojos que cosechó mientras caminaba por el inhóspito lugar. El hombre recuerda bien que prendió la radio y que en CW54 Emisoras del Este sonaba un tema del folklorista uruguayo Santiago Chalar. Como vivía solo no le pudo contar a nadie en el momento lo que había sucedido, pero si dedicó unos minutos a escribir unas notas sobre la experiencia en una especie de libreta de almacén que utilizaba como bitácora. Poco después, le dio cuerda al despertador, apagó las luces y se fue a dormir.

Un sueño profundo, como una enorme y pesada cortina negra y después, lo inesperado: sus ojos se abrieron hasta que casi se salieron de sus orbitas. Estaba petrificado en su cama. Había gente en su dormitorio, cuatro para ser exactos. Era como una escena de una película de terror. Cuando realmente logró enfocarse en la situación, notó horrorizado que los invasores nocturnos eran aquellos seres que pocas horas antes había intentado contactar en la mitad de la sierra.

Trató de forcejear, tiró algunas patadas, pero después, nada. Otra vez el negro y pesado limbo. No sabe cuánto tiempo pasó, pero cuando logró volver en si, ya no estaba en casa. Nada le era familiar, paredes blancas y muy luminosas, algo que parecía un quirófano, seres; pero esta vez de otro tipo. No eran como los que había visto antes.

Una voz le dijo directamente en su mente “no tengas miedo”. Wilson, trató de responderle de la misma forma. No sabe cuánto tiempo duró la experiencia, pero tiene una vaga idea de que fue sometido a un cuestionario sobre cosas de la vida cotidiana. Como si fuera un conejillo de indias, por la habitación pasaban varios de estos seres que describe como altos, de cabeza grande, con los ojos desproporcionados, sin orejas ni nariz.

A las siete de la mañana el viejo y destartalado reloj cromado a cuerda comenzó a repiquetear. Wilson se incorporó en su cama sobresaltado. ¿Cómo había vuelto?, se levantó como pudo, todavía aturdido por la experiencia, se dirigió al baño y notó con sorpresa que llevaba las marcas de la dramática experiencia. Cicatrices que hasta el día de hoy le recuerda la noche en que fue a “cazar ovnis” y terminó cazado.

Paranormal-contexto