El arte iguala y “posibilita la creación”, a la vez que permite “salir de un lugar pasivo”, aseguran docentes y artistas que trabajan con usuarios de servicios de salud mental, para quienes expresarse de forma artística a través del teatro, las artes visuales, la música u otras formas es un acto de “comunicación”, cuando no de “supervivencia”, el cual contribuye a promover su recuperación e inclusión social.
Un grupo de 15 personas adultas trabaja en una sala del hospital de día de la asociación civil Proyecto Suma, ubicado en el barrio porteño de Palermo, con proyectos diferentes: unos elaboran un mural en conjunto; otros realizan retratos, y otros tantos, mandalas o paisajes.
“Siempre digo que lo que tiene de lindo el taller de producción plástica es que se trabaja mucho con el silencio. Cuando hay personas alrededor de una mesa en silencio pienso que es como un fogón. Al tener el foco en el trabajo, el inconsciente aflora con mucha naturalidad. Nos vamos conociendo a través del compartir el espacio, sin forzar nada”, contó a Télam Sergio Eisen, quien coordina tres talleres de arte en Proyecto Suma.
Eisen no es un profesional del campo psi, sino artista plástico, ilustrador y docente. “Cuando me convocaron, el concepto era que justamente los talleres artísticos no tuvieran un sesgo o un rasgo de formación psicológica porque ya había un montón de psiquiatras y un montón de psicólogos. Además, que tuviera tal vez una llegada un poco más horizontal”, explicó.
Para él, fue un “desafío” trabajar en este terreno y pudo observar rápidamente “la riqueza de las producciones de las personas (con padecimientos de salud mental) que asistían a los talleres”. Al punto que, en algún momento, las obras resultantes eran “tan lindas” y propiciaron “tantas ganas de mostrarlas” que planearon una muestra.
“Convocamos también a artistas ‘profesionales’ para que sus obras estuviesen intercaladas con las producciones del hospital de día. El objetivo era que la gente que entrara a visitar la muestra no tuviera por qué diferenciar las obras” de artistas y usuarios, contó Sergio. Una decisión que, además, apuntaba a sortear la estigmatización que intenta deslegimitar el valor artístico de producciones cuando se da conocer la identidad de sus autores.
“Ahí me di cuenta de la necesidad de reconocimiento, de lo contentos que estaban todos de que sus familiares y gente de afuera viniera a verlos”, agregó.
Otra experiencia recogida por Télam es la de Ramón Gandolfo, quien tiene 54 años y se desempeña como actor y dibujante desde el 2009 en el grupo de teatro El Brote, conformado por personas con padecimiento psíquico, en la ciudad rionegrina de Bariloche.
En la mirada de Gandolfo, las personas que toman clases de teatro descubren “misteriosamente que pueden vivir sin necesidad de soñar pesadillas como no tener una voz propia en el mundo”.
“Lo que me motivó a desarrollar un proyecto como el de El Brote fue la idea de una cultura y un arte inclusivos, a través de los cuales las personas no solamente tuvieran acceso como espectadores, sino también como productores de arte”, contó Gabriela Otero, fundadora del grupo, además de vicepresidenta de la Red Argentina de Arte y Salud Mental.
El Brote trabaja especialmente en potenciar el rol de creadores de las y los artistas. “Cuando se habla de paciente de salud mental se sitúa a las personas en un lugar pasivo, en un hacer que no existe. Por eso, nosotros trabajamos sobre la construcción de una identidad otra, que es la de actores y actrices, que son productores de un discurso artístico, que es el teatro, que se nutre y conjuga las diferencias”, explicó Otero, para quien el acceso al arte y la cultura es un “derecho humano por naturaleza”.
Al grupo se acercan personas que “vienen de los márgenes, doblemente excluidas por venir de una situación de pobreza y también por ser tildados de locos”.
“Para mí el teatro significa supervivencia. Una, porque yo estaba al hambre y El Brote me salvó del hambre. Después, por mi estado físico y mental, que también logré recuperar”, contó Guillermina Ormeño, una actriz y poeta de 65 años que desde 1997 forma parte del grupo de teatro.
En 2017 publicó el libro de poesía “Amores sin Trampa”, de la Editora Municipal Bariloche. Uno de los poemas, “Carta al amigo” lo recita de memoria: “Hoy quisiera escribirle a un amigo / pero las letras son como si se acostasen a dormir. / ¿Se seducen, se gustarán? / El gustativo de toda la vida. / Cuando ellas se duerman, / yo las atraparé para despertarlas.”
“La pobreza, y más aún la locura, son condiciones que nadie quiere portar. Generan círculos de exclusión, muros sociales que no son de ladrillos, sino políticos, sociales, culturales y simbólicos”, aseguró Otero, quien se preguntó: “¿Para qué hacer arte si no es para cuestionar esos muros?”.
También destacó la necesidad de “un acompañamiento intersectorial más activo” para tratar estas situaciones.
“Nosotros dedicándonos al arte no podemos hacer oídos sordos o mirar para otro lado cuando se trata de nuestros compañeros. Nos vemos atendiendo situaciones por pura solidaridad, pero debería ser con una actuación intersectorial más comprometida y clara”, sostuvo.
Más allá de trabajar con personas que padecen exclusiones, las distintas experiencias que combinan arte y salud mental, buscan también llegar a “la comunidad toda”, para que sea “más incluyente, derribando prejuicios y barreras que se generan en el desconocimiento”, sostuvo Gabriela, para quien este es un punto “central” en la Ley de Salud Mental de Argentina.
La provincia de Río Negro fue la primera de la región en tener una Ley de Salud Mental de avanzada, la N° 2.440, más conocida como “Ley de Desmanicomialización”, sancionada en septiembre de 1991.
Se convirtió, así, en la primera provincia del país en concretar un proceso de transición de un modelo basado en el encierro de los usuarios en establecimientos psiquiátricos, hacia otro donde el eje está puesto en la externación y la reinserción social, a través de diversos dispositivos.
Desde 1982, algunos profesionales en salud mental de la Argentina comenzaron a cuestionar la manera en la que se trataba a las personas con padecimientos mentales, motivados por un antecedente reciente: la Ley Basaglia o Ley 180, de 1978, la cual implicó una gran reforma del sistema psiquiátrico italiano porque promocionó la sustitución de hospitales psiquiátricos por distintos servicios comunitarios.
Luego, este proceso tuvo su punto de inflexión con la sanción de una ley nacional en 2010, la N° 26.657 de Salud Mental que, en línea con las demás experiencias, reconoce a las personas con padecimiento mental como sujetos de derecho.
“En esa experiencia argentina me invitan. Yo vengo del campo del arte, soy artista: he hecho teatro, mimo y soy psicólogo social. Me invitan a ver cómo el arte podía ayudar a esos procesos de desmanicomialización: cómo hacer para que el arte sacara a los usuarios del manicomio”, contó Alberto Sava, presidente de la Red Argentina de Arte y Salud Mental.
Así, en 1984, impulsó la creación del Frente de Artistas del Borda, que funciona en los jardines detrás del Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial José Tiburcio Borda, en la ciudad de Buenos Aires.
Actualmente llevan adelante 11 talleres artísticos, donde “cada artista le da al usuario, tanto internado como externado, los elementos técnicos y conceptuales para que puedan entrar en un proceso creador, el cual lleva una producción que luego hay que mostrar fuera del hospital”.
Con tal objetivo, en 1989 crearon el primer congreso y festival latinoamericano de artistas internados en hospitales psiquiátricos, que este año tiene su décima quinta edición.
“Me meto en los personajes y vivo feliz ahí. También me siento feliz porque no pensaba llegar a ser reconocida ¡y que me iban a pedir autógrafos!”, dijo la actriz Guillermina Ormeño.
“En el momento en que sale el arte y demuestra que esos ‘locos’ pueden crear, genera en el espectador una conciencia nueva”, concluyó Sava.