Por Adriana Derosa
Podríamos cambiar el subtítulo de “El musical” con el que la obra ocupa un lugar en el imaginario nacional al hablar de musicales, y reemplazarlo ahora por La despedida. Porque “Drácula” comenzó sus presentaciones el pasado 22 de diciembre en el teatro Radio City, y desde allí dirá adiós al público de todo el país que visita esta ciudad, la misma que les otorgó los premios Estrella de Mar hace 30 años.
Ni hace falta decir que es el espectáculo que fue escrito y dirigido por la dupla Pepe Cibrián y Ángel Mahler, ni que realizó cinco temporadas inolvidables en el Luna Park, con efectos que todo el mundo comentaba como ejemplo de la superproducción que la Argentina también podía llevar a cabo.
Ahora, treinta años después, se presenta en la temporada con una parte del elenco original, gracias a que Juan Rodó es casi como su personaje: el paso del tiempo parece no afectarlo. Aquel profesor de música que en los 90 comentaba con asombro que se había presentado al casting original sin imaginar que merecería el protagónico, es ya un artista de enorme experiencia que puede interpretar esta partitura con total solvencia.
Además, Solamente Cecilia Milone puede interpretar 30 años después a la misma joven casadera- Lucy- con energía y eficiencia vocal. Admirablemente, puede con todo. En esta ocasión, el personaje de Nani estuvo a cargo de Adriana Rolla, con una interpretación sumamente conmovedora.
Pero más allá de estas particularidades, ver un musical de este tamaño es también una experiencia cultural única: que pone al espectador el contacto con una estética que no siempre frecuentará, con la gran producción puesta al servicio del show y el enorme despliegue, no solo del vestuario originalmente diseñado por Fabián Luca, sino además de un iluminación que asombra. Porque el gran musical hace eso: subyuga. Hace que el espectador se sienta frente a algo que lo excede.
El público de este musical también es parte del show. Hay fanáticos eternos, personas que están presenciando la obra por tercera o cuarta vez en sus vidas. Espectadores que cantan bajito todas las canciones, porque saben las letras de amor que han repetido durante años. Volver a ver Drácula es para muchos reconectar con un momento de sus vidas también, con esos que eran ellos cuando –quizá- fueron a ver teatro musical por primera vez. Y por eso casi todos cantan, aunque sea bajito:
“Querer apurar las horas/ qué hacer cada amanecer/ y ¿quién me protegerá?/ al sentirme niño, cuando tenga miedo/ ¿quién me cuidará?
Ya sé que el sol sale igual/ que el mar no se detendrá/ que los amantes siguen amando/ sólo que en mí, todo da igual si tú no estás”.
Porque al fin y al cabo, los inmortales mueren un día con una estaca en el corazón. Pero a los enamorados, andá a bajarlos. Van a venir treinta años después a seguir cantando su canción. Bellos.