Por Adriana Derosa, escritora y crítica de espectáculos teatrales.
El bonsai es una disciplina. Consiste en cultivar árboles y arbustos en macetas, y controlar sus dimensiones por medio de técnicas como el trasplante, la poda, el alambrado o el pinzado, de forma tal que se mantengan de un tamaño mucho menor al que alcanzarían en circunstancias naturales. Esto y más enuncia la voz en off del espectáculo: nos dice además que un bonsái es una porción de control dentro del universo. Una. Una sola.
Hasta ese momento mi cabeza estaba en otro lado: para mí Bonsai era esa obra que no había logrado ver en todo el verano, porque nunca había entradas. El público la había elegido, la había preferido entre una oferta enormemente numerosa. Llegué al centro cultural El Séptimo Fuego cargando mi intriga, que traté de controlar para que no se me pusiera por delante ni filtrara todo aquello que la obra tenía para ofrecer.
Y lo que tenía era múltiple y sumamente dinámico: una estructura que se resuelve en tres planos que se hacen alternativos y simultáneos. Primero, el de los personajes de una obra que no termina de ponerse jamás, porque su director no acierta con el registro deseado. Segundo, el de los alumnos de un taller de teatro que no avanza, porque el profesor sólo parece motivado por sus ganancias. Y un tercero, el habitado por un sujeto creador enredado en su propio andamiaje experiencial y una relación conflictiva con su obra. Un hombre con una mochila que no puede abandonar, pero sí abrir. Un sujeto precario y puesto en duda permanentemente.
Pero como en un juego de oposiciones, la obra real – Bonsái- sí camina firmemente sobre un registro humorístico que no suelta al público en ningún momento de su desarrollo. Pinceladas paródicas profundas, compromiso corporal y un uso delicado de juegos del lenguaje y reiteraciones que producen momentos desopilantes.
Las actuaciones están a cargo de Mariela Ferrari – nominada al premio Estrella de Mar como mejor actriz marplatense- Jorge Finkelstein, Mariano Latorre y Cecilia Leonardi. La dirección es de Sebastián Dativo, nominado al mismo premio por su labor, y que también tuvo a su cargo la dramaturgia, con asistencia de Diego Fernández.
El subtítulo dice “una hipótesis de por qué otra generación tiene dolor de espalda”, y mientas la escena se juega con el joven pegado a la mochila de la aplicación de entregas, la dimensión escénica profunda nos lleva a la cuestión de la precariedad -no sólo del trabajo cultural en Latinoamérica- sino de la existencia misma, la presión del peso que nos ata a la tierra con una vertical inamovible, y el corset de vivir en una maceta reducida, porque alguien se esmera en desfoliarnos los brotes y en arrancarnos las raíces con una morbosidad siniestra.
Vino mucha gente este verano, mucha. Ojalá el invierno nos dé la oportunidad de asistir a nuevas funciones para todos los que quedaron afuera. Celebración de la escena y actuaciones sólidas. ¿Qué más quiere?