Por Fernando Lozada
El título hace alusión a Papá Noel, Santa Claus, San Nicolás, Viejito Pascuero o como quiera que se le llame a este imaginario sujeto, que disfrazado de bonachón, sirve de Caballo de Troya para instalar en el sentido común ideas funcionales al Capital. No voy a profundizar en la dimensión religiosa de la fecha que tiene su origen en el imaginario nacimiento de Jesús, pero si resaltar que aunque el catolicismo reniegue del aspecto capitalista que actualmente tienen las fiestas del 24 y 25 de diciembre y que desplazan el sentido místico, por otro lado festeja que le permite estar, de alguna manera, presente en millones de hogares, incluso de personas no creyentes y que instala a temprana edad la idea de la existencia de una deidad en versión infantil.
Esta figura tan presente en las infancias lejos está de ser inocente o intrascendente, sino que es parte basal de la cultura hegemónica de esta “civilización occidental y cristiana”. Esto queda en evidencia cuando se la critica públicamente, ya que aparecen actitudes muy reaccionarias para defender su “necesaria” existencia, incluso por parte de quienes en otros aspectos se posicionan como contestatarios. Se invierte la lógica de la mayoría de los sistemas éticos, decir la verdad públicamente, no solo se vuelve incorrecto, sino que tiene penalización social.
A Papa Noel se lo ubica en el plano de lo lúdico, desde ahí se plantea su inocuidad, incluso se dice que es un juego necesario para incentivar la imaginación. En principio no lo considero un acto recreativo, porque un juego es una actividad donde la totalidad de las personas que participan conocen las reglas y las siguen conscientemente para divertirse o entretenerse todas. Ahora si varias personas se ponen de acuerdo en seguir ciertas pautas que involucran y condicionan a alguien más sin que este sepa ¿No sería eso una burla, un complot o una estafa? ¿Por qué si hay niñeces involucradas la concepción ética es diferente a la que se aplicaría con personas adultas?¿En otro contexto estaríamos de acuerdo en que un grupo de personas se divirtiera durante años mintiéndole a uno o varios de sus integrantes?
¿Cuál es la motivación para que millones de personas acuerden que niños y niñas de cierta edad deben creer que Papa Noel existe? Docentes, madres, padres, tíos, tías, hermanas, hermanos, funcionarios públicos, comunicadores, comerciantes, es decir, toda la sociedad coordinada manteniendo una mentira. ¿Es por el bienestar de los niños y las niñas? En principio me parece que la mayoría cree que les hacen un bien, pero no siempre las buenas intenciones nos llevan por el camino correcto.
Sin mucho esfuerzo podemos observar quienes se benefician fácticamente de esta tradición, en principio el mercado y las corporaciones, desde ahí se puede empezar a sospechar que no hay un fin altruista o lúdico detrás de esto. Como corporación, también me refiero a la iglesia católica y otros cultos cristianos.
Insisto en que está claro que los afectos de los infantes, por lo general, no tienen ninguna mala intención, no se cuestionan esta “tradición” que está muy bien vista socialmente. Existe la creencia popular que es hasta necesario, junto a los reyes magos y el ratón Pérez, para desarrollar la imaginación de las y los pequeños. A mi entender así se incentiva el pensamiento mágico, que no es lo mismo que imaginación.
La imaginación es un proceso psicológico de abstracción, es la manipulación mental de información para generar nuevas representaciones, sumamente útil para los procesos creativos y la comprensión de ideas complejas. El pensamiento mágico, por otro lado, es una forma de pensar cuyas bases son supuestos informales, no fundados, frecuentemente sobrenaturales, que produce opiniones o ideas sin correlato empírico, que no necesitan del contraste con la realidad para ser firmemente aceptadas, que conducen a simplificaciones irracionales de partes de la realidad.
Hacerle creer a alguien que es posible que exista un ser que tiene un taller mágico que puede producir miles de millones de regalos, exactamente el que quiere y merece cada niño o niña, y que puede repartirlos en pocas horas por la superficie del planeta, e inventar todo tipo de excusas cuando empieza a florecer el pensamiento crítico para seguir sosteniendo la mentira, no me parece sano, ni divertido.
Las experiencias de la niñez temprana determinarán gran parte de la arquitectura del cerebro y la información que se adquiere en ese periodo de padres, madres u otra referencia, se vincula con lo necesario para la supervivencia, por lo tanto, se arraiga fuertemente. Se forman patrones de conducta y estructuras de pensamiento que nos acompañarán durante toda nuestra vida y son difíciles de modificar. Quienes son responsables de guiar a niños y niñas en su crecimiento deben ser muy cuidadosos y poner especial atención en la persona actual y en el futuro adulto que tendrá que lidiar con las consecuencias de las malas elecciones de la crianza. Además de la contradicción que se genera, se les dice que está mal mentir, pero todos se confabulan para que viva y crea una mentira.
Ahora voy a aproximarme a los aspectos negativos que más tienen que ver con el título del artículo.
El capitalismo produce una escisión en el vínculo de quien produce con quien consume, separando el proceso productivo del consumidor para darle al producto una entidad propia que transforma a quienes lo producen en simples recursos humanos útiles para lo que se vuelve importante, la mercancía. Un objeto proveniente de un lugar mágico refuerza la idea de que quien produce es secundario frente al objeto producido, que se transforma en una entidad que tiene un valor en sí misma sin importar que significó producirla.
Otra aspecto útil para el sistema político económico imperante es que se rompe la relación comportamiento-logro, los más pobres que se porten bien verán que reciben regalos inferiores, incluso no deseados, en contraste con otros de familias de mayor poder adquisitivo que les darán exactamente lo que deseaban, incluso habiéndose comportado de modo “incocorrecto”. Otros millones no recibirán nada y no sabrán por qué son castigados. En realidad, sí: por ser pobres. Se los prepara así para la mansedumbre frente a la injusticia, para aceptar que no son dignos.
El regalo navideño representa una forma de pago por una conducta acorde a las normas impuestas, entregado por una entidad abstracta, una “mano invisible”, de esta forma se invisibiliza el esfuerzo de los afectos y desaparece el gesto de dar y recibir por amor, sin interés.
Se enseña que existe un gran hermano navideño que observa y evalúa la conducta de cada infante permanentemente, y esto es usado como mecanismo de control extorsivo para que niños y niñas obedezcan, de esta forma se naturaliza que exista un sistema de vigilancia continuo que está vinculado a un modelo de castigo. Como corolario se propaga la moral de mascota basada premios y castigos.
Finalmente, se está enseñando a mentir y manipular a los más débiles en nombre de un supuesto juego, además de la desilusión que suele generar cuando averiguan la verdad. Descubren que en quienes más creían eran aquellos que les mintieron. Para que un engaño de tal magnitud irracional sea aceptado es necesario que quien lo sostenga sea alguien de mucha confianza. Los niños que saben la verdad pueden cambiar de rol, se burlan de los que aún creen y aprenden cómo usar el conocimiento como mercancía y forma de poder.
Fomentemos la imaginación de los más pequeños, digámosles siempre la verdad, de acuerdo a su capacidad de comprensión. Hagamos el esfuerzo de crear juegos imaginativos y voluntarios, donde cada participante sea consciente de que es parte activa. Construyamos en comunidad actividades que permitan a las infancias explorar sus capacidades creativas al máximo y disfrutar en libertad, mientras también desarrollan el pensamiento crítico, para que sean personas capaces de comprender mejor el mundo, emancipadas de prejuicios, tabúes y doctrinas de sometimiento.