Por Adriana Derosa
Lo digo así porque bajo ese mismo título –Vidas Paralelas- se reconoce al famoso texto de Plutarco, que en el siglo I escribió la biografía de 48 hombres, varones, sin que se le hubiera ocurrido la peregrina idea de incluir a una mujer: ninguna había sido -a sus ojos- digna de que su vida se fijara en un relato para la posteridad. Ninguna digna de perdurar en el recuerdo.
Ahora, estamos en la casa que pensó y decoró una mujer (y no es menor el dato de que le haya pertenecido solamente a ella), y esperamos pacientemente en la galería que ella tantas veces recorrió. La misma galería en la que leyó, tradujo y pensó Victoria, es el refugio que nos permite esperar el momento de ingresar a un espectáculo que habla de su vida, y de otras que se conectan de un modo más tangente que paralelo.
Victoria Ocampo nació en 1890, en el seno de una familia tradicional argentina y participó en el campo intelectual de una manera decisiva. Educada en su casa con institutrices extranjeras, su obra escrita consiste fundamentalmente en artículos y ensayos donde recogió lo que ella denominaba “testimonios”, textos que se publicaron bajo ese mismo título.
Pero este “Vidas paralelas”, dirigido y escrito por Mercedes Cerreras, que se ha presentado en la Villa Victoria durante la temporada, y ha merecido el premio Estrella de Mar al mejor espectáculo marplatense, y mejor dirección marplatense, se centra en exponer una intimidad. La propia Ocampo había escrito ya sobre su criada Fani, Estefanía, la asturiana que había servido en su familia desde siempre; así hablaba del casi exclusivo dominio femenino del ámbito doméstico, pero sobre todo de costumbres sociales e ideológicas. Ahora, se suman a este recorrido otras mujeres que formaron parte de esta intimidad, escueta y personalísima, que permite a su vez traducir cómo la vida pública se ve desde el lado de adentro de estas paredes.
Aquí los asistentes no somos espectadores, somos testigos. Estamos en el mismo ambiente y al mismo nivel de piso que los personajes, respirando casi su aliento. Prácticamente nos rozan las piernas con las faldas al pasar pisando estos pisos de roble. Sandra Maddonni tiene la prestancia escénica y la elegancia necesarias para encarnar a Victoria, y logra mostrar una progresión que refleja el paso de los años del personaje, y el avance de la enfermedad que primero la dejó sin voz, y luego se la llevó.
Por este diseño, los contrapuntos son constantes con cada una de sus empleadas, que reflejan a su vez los cambios en la constitución de la masa trabajadora: de la inmigración europea – de Fani- a la migración interior con las empeladas que llegan desde los pueblos de provincia. Son ellas las actrices Carla Bagu, Silvia Sab, Neyén Grotadaura y Cecilia Candela. Se suma, Karina Viñas en el papel de la escritora María Rosa Oliver, sumamente aplomada y eficiente.
Ellas solas, solas con ellas. Una historia que cuenta la soledad de quien estuvo acompañada. La soledad de todas las mujeres que hicieron escuchar los sonidos de las suelas y tacones en estos mismos pisos, las que con sus manos abrieron y cerraron presurosas estas puertas altísimas, las que se asomaron por estas ventanas y vieron estos jardines desolados en los inviernos fríos. Y en cada función, aun se corren los visillos, sigilosamente.