Por Gustavo Casciotti
Argentina, tierra de contrastes y desigualdades.
Mientras baja el riesgo país y se multiplican las ganancias por el carry trade, los productores yerbateros atraviesan una de las peores crisis y se desploma el consumo de productos lácteos.
En paralelo el Secretario de Turismo publica fotos de la playa Bristol repleta, mientras que otros balnearios de la costa atlántica aparecen prácticamente vacíos marcando la fuerte tensión de un dólar barato que propicia que los argentinos vacacionen en el exterior.
De corrido se exhibe el crecimiento de las ventas de Reyes pretendiendo establecer un cambio de tendencia, mientras que la venta de insumos de la construcción cerró el año con una caída de más del 27%, producto de la suspensión de la obra pública y el aumento de los costos en dólares.
Por otro lado, se publican informes que dan cuenta de una recuperación de las ventas minoristas en el mes de diciembre de casi el 18% que nos obliga a generar un análisis un poco más minucioso para tratar de determinar si efectivamente estamos frente a una recuperación o por el contrario responde a causas puntuales. Al respecto cabe mencionar lo siguiente. Este número positivo surge de compararlo contra un diciembre 2023 pésimo, atravesado por el recambio presidencial, que fue inaugurado con una fuerte devaluación que se fue íntegramente a precios y que dejó a los consumidores “pasmados”, sin capacidad para consumir. Por otro lado, el acumulado de las ventas del 2024 arroja una caída del 10% y si consideramos que el ajuste por inflación se hace a través del índice de precios al consumidor, que hoy no es demasiado representativo de los precios que el argentino promedio paga, pues responde a una canasta de hace 20 años, seguramente, si se aggiornara, los números serían distintos.
Además, los porcentajes siempre reflejan promedios que diluyen realidades. Hay una porción de la sociedad que tuvo mayor capacidad de compra mientras otros tuvieron profundas pérdidas del poder adquisitivo. Por ejemplo, aquellos que están debajo de la línea de indigencia, que incursiona en inseguridad alimentaria, que se refiere a aquellas personas que no tienen acceso o que no pueden pagar suficientes alimentos o alimentos que sean nutritivos.
Y al respecto, vale mencionar el último indicador barrial de situación nutricional, elaborado por el ISEPCI que da cuenta que 7 de cada 10 familias pobres saltea al menos una comida o reduce porciones y en donde el 40,5% de los niños, niñas y adolescentes están en situación de malnutrición.
Parecería que la llave para revertir estas inequidades pasa en principio por la aplicación de políticas públicas que impulsen el mercado interno. Y para ello vale mencionar la preclaridad milenaria de una potencia como China, cuyo presidente recientemente manifestó con contundencia que la prioridad para su país en el 2025 es el impulso del consumo interno. Para ello procedió a aumentar los salarios de los empleados públicos y las ayudas sociales, con el objeto adicional de levantar la moral y garantizar la estabilidad social.
Sin embargo, por estos lares parecería que el fomento del mercado interno ni siquiera forma parte de la jerga libertaria.