Luego de la confirmación masiva que tuvimos el pasado mes de agosto acerca del rumbo que los argentinos queremos definir de cara al futuro, es tiempo de pensarnos local y estratégicamente para asegurarnos, como marplatenses, que nuestra ciudad vuelva a convertirse en un faro y una fuente de abundancia y felicidad en la provincia de Buenos Aires.
Porque no alcanza con que las voluntades nacional y provincial estén en línea con los intereses y las necesidades del pueblo, sino que también necesitamos que las representaciones locales vayan a la par del proyecto que comenzará a constituirnos a partir del 10 de diciembre.
La propuesta del Frente de Todos no se limita a los resultados electorales: debemos comprenderla como una propuesta de construcción ciudadana en la que se cimienten y solidifiquen las estructuras fundamentales de la Nación de la que todos, sin excepción, formamos parte.
Porque ahí tenemos un punto de inflexión en esta etapa que comenzó en San Luis con Alberto Rodríguez Saá afirmando que “Hay 2019” en medio de la barbarie del macrismo que ya está llegando a su final: lo que viene es un país en el que no podremos prescindir de nadie, salvo de los vendepatria y estafadores que tendrán que dar cuenta de sus actos una vez que la justicia actúe sobre aquellos que nos vinieron a robar el futuro.
En este sentido, la participación y colaboración de todos los actores sociales es vital para poder avanzar y salir de la profunda crisis en la que este modelo de hambre nos ha dejado.
Porque aunque en apariencia haya diferencias irreconciliables con los compatriotas que siguen, a pesar del desastre, apoyando al modelo neocolonial, lo cierto es que en el fondo todos los argentinos queremos lo mismo: vivir bien, estar tranquilos y tener trabajo y comida en la mesa.
No es muy distinto en cada caso, sea cual sea la bandera que se levante y el ideal que se defienda. Porque si en el ideal existe el deseo del bienestar que no implica el sufrimiento de un otro, entonces estamos ante un fundamento elemental de cualquier comunidad que se pretenda organizada.
Y Mar del Plata no es la excepción a este esquema, ya que ha sido de las ciudades más castigadas por las políticas de saqueo que se implementaron a lo largo y ancho de la Patria.
En menos de 4 años han logrado llevarnos a una debacle tan obscena que pareciera que tardaremos mucho en recuperarnos. Sin embargo y con un triunfo prácticamente sellado en las elecciones generales de octubre, lo cierto es que sólo nos resta tener en nuestro municipio a un representante afín al gobierno que se viene, ya que de esa manera nos aseguraremos consensos vitales para lograr una pronta recuperación de lo que jamás tendríamos que haber perdido.
Esto es una observación objetiva y práctica, ya que dicha recuperación sólo será posible en tanto y en cuanto podamos acceder a buenas condiciones crediticias, a coordinar las obras que se necesitan con mejor diálogo y a llevar la voz de los marplatenses de manera directa a través de quien tenga mejor vínculo con el gobierno nacional y también con el provincial.
Y en nuestra ciudad esa persona es Fernanda Raverta, esto no es caprichoso ni azaroso: tiene que ver con una historia, con una construcción y con un trabajo articulado que es posible.
Porque otro factor a tener en cuenta en este sentido es que la cercanía entre Raverta y los Fernández no es circunstancial, sino que nace de la convicción compartida y plasmada en un modelo de país que no deje a nadie afuera.
Ese capital, que es simbólico porque tiene que ver con los ideales pero que también es práctico porque viene acompañado de hechos y militancia activa, no es algo que debamos ignorar a la hora de elegir a quiénes van a llevar a cabo la recuperación de La Feliz a partir del próximo periodo de gobierno. Por lo expuesto anteriormente y porque ya hemos comprobado cómo salen las cosas cuando nuestros representantes utilizan al Estado para satisfacer sus propios deseos.
Ahí radica la importancia de las convicciones: la dirigencia se nomina de esa manera porque cumple el rol y tiene la responsabilidad de dirigir, justamente, los destinos de aquellos a quienes representa. Y si el dirigente se apoya en su electorado para catapultarse a sí mismo sin importar las consecuencias que eso les traiga a sus votantes, entonces estamos ante un embustero, porque quien engaña al pueblo para acceder a lugares de poder que sólo utiliza para su propio bienestar no puede considerarse parte de ese pueblo. Es alguien que se cree mejor que todos los demás, alguien que desprecia su propia esencia porque niega su origen y su mandato popular.
Por eso es que entre las verdades peronistas hay una clave fundamental que no se debe olvidar en estos tiempos de renacimiento nacional: “Ningún peronista debe sentirse más de lo que es ni menos de lo que debe ser. Cuando un peronista comienza a sentirse más de lo que es, empieza a convertirse en oligarca”. Y oligarca es aquel que construye su comodidad causándole sufrimiento y carencias a sus semejantes, que somos todos.
No existe una clase superior ni una inferior, sólo hay una clase de personas: las que trabajan. Y el trabajo de este tiempo consiste no sólo en poner cada uno de nosotros lo mejor de sí mismo para afianzarnos en la unidad nacional, sino también en elegir a conciencia a todos aquellos que llevarán nuestra voz adonde ésta requiera ser oída para que reine en el pueblo el amor y la igualdad.
Si en cada instancia de gobierno tenemos a compatriotas que se definen por la representación de nuestros sueños, entonces seremos capaces de avanzar hacia ese futuro que tanto nos taparon con tristezas y miserias pero que hoy, a pocas semanas de una nueva muestra masiva de conciencia popular, vuelve a asomar como aquel sol del 25 que nunca dejó de brillar en nuestro corazón. Todos unidos triunfaremos.
Marco Antonio Leiva.
Identidad Peronista.
Mar del Plata.