Quien mire a través del estereotipo de pensamiento, del prisma del lugar común puede creer que poco se puede agregar acerca de la épica construcción de Abuelas Plaza de Mayo, de su posición incuestionable frente a la tragedia, de su lugar en una historia nacional que se ha alimentado de lágrimas. Si lo hubiera hecho me hubiera equivocado, porque tengo la certeza de que nosotros -los argentinos- todavía no hemos empezado a hablar de algunas cosas.
No hemos dicho aun quién va a seguir adelante con el legado. Quién va a ser el valiente que recoja la mantilla de recién nacido con la que esta Abuela ha tratado infructuosamente de encontrar a la nieta apropiada. Porque más allá de la existencia de las organizaciones de familiares e hijos, el legado de Abuelas es una cuestión que atañe a la sociedad toda. Pero esta sociedad ha vuelto a pendular entre la falta de respeto de los negacionistas, y el falso compromiso de quienes se contentan con decir: “ojalá los encuentren”.
El Legado es un espectáculo unipersonal sin estridencias, en el que Merceditas Elordi se desplaza por los diferentes momentos de la vida de Carmen, a quien la vida convirtió en una Abuela en permanente búsqueda: alguien que ha construido su existencia planeando el preciso momento del encuentro con la nieta que sabe viva. Ese tránsito entre una edad y otra le permite hacer uso de lo que aparece como el recurso más potente de este producto escénico: la capacidad de Elordi de conectar con un público al que sitúa irrenunciablemente cercano, un público invitado a compartir su privadísima ceremonia de lo familiar, porque el lugar que el espectador es el de ser el destinatario del legado.
Merceditas recorre un escenario de sólo tres paredes: ella puede atravesar el límite virtual con el público y hacer que seamos parte de la escena, parte del compromiso vital de la búsqueda. “Dedicate”, dice. Al que no acompañe, al que cuestione, al que afirme sin sustento se le dirá: “Mirá vos”. La destreza actoral es indudable y ha merecido múltiples premios. El texto, sutil, recorre todos los tópicos imprescindibles a la hora de narrar fragmentos de una vida que lucha por rehacerse alrededor del hueco enorme de la ausencia. Una familia que no resiste, un padre que tampoco. Una madre que siempre se pone de pie.
Hay una acertada iluminación que aporta a la teatralidad del monólogo, y una escenografía con títeres de sombra que sitúan al espectador en un código inmediato: el dolor estará mediatizado por el arte, y eso es lo que vine a ver.
He recogido mi legado, he estado allí. He podido asistir a una muestra de oficio de quien construye una trayectoria impecable de pisar el escenario. Ella, Carmen, lo esperará a usted para llevarlo de la mano amorosamente. Acéptelo, le toca a usted.
Adriana Derosa