“Desde hoy dormirás en el cuarto de las escobas”, le dice la señora Carlota a la joven Lapislázuli, cuando se entera de que puede poner en riesgo la comodidad en la que vive su familia. La exageración y el modismo nos recuerdan a todas las malvadas famosas que dieron fuerza vital a los culebrones centroamericanos, siempre impecables, siempre mirando a cámara, con los ojos entrecerrados y la boca brillante.
Este equipo de actores experimentados, pero también cantantes eficaces, se ha propuesto la parodia de aquellas telenovelas icónicas de los 90, con su fuerza melodramática y su alocada confianza en los avatares del destino.
Desde su nombre estrafalario –de estilo modernista, digamos- Lapislázuli es una caricatura de las protagonistas de aquellas historias, e inevitablemente nos refiere a Topacio, el personaje que interpretaba Grecia Colmenares: había nacido ciega, y se había criado protegida por un médico que esperaba desposarla. Así de descabelladas eran aquellas historias que un continente entero consumía; no conforme con tanto, la misma mujer ciega se alejaba de este médico y enamoraba a otro, esta vez oftalmólogo, que le venía perfecto.
Es que a la cultura popular le fascinan las hipérboles, y encuentra verosimilitud en algunas trayectorias que en otro contexto serían imposibles de aceptar. Por eso, esta desopilante troupe interpreta en realidad a cuatro actores que a su vez encarnan a los personajes de la telenovela, tan estridentes y extremos como los venezolanos.
Pero esto tampoco es todo: a la vez pueden bailar y cantar tantas canciones que vienen a cuento, a veces con el mismo criterio arbitrario que cobra costumbre en el musical, donde los personajes entonan y danzan mientras hacen cualquier otra cosa, y a nadie parece llamarle la atención.
Se trata de un grupo de artistas con gran oficio, ya que Mona De Marco y Leo Rizzi han recorrido mucho escenario musical con su actividad en Ma non Troppo, y Oscar Miño ya había despuntado en la comedia con su versión de “El zapato indómito”, aun en cartel. Macarena Riesco –en tanto- sorprendió poniendo en juego una enorme destreza corporal, y un desparpajo que le otorga frescura al despliegue escénico.
Perfectamente coordinada, con una escenografía versátil y útil, una iluminación precisa y el plus que otorga la música en vivo, “Tu falta de querer” agota las localidades viernes tras viernes. ¿Cuál es el secreto?
Creo que hay una clave, más allá de la precisión escénica, que obviamente es eje imprescindible del espectáculo músical. Y es el placer que este equipo siente al ejecutar un juego dramático que lo divierte, que sostiene y revive la condición lúdica del teatro. Que duplica el “como sí”, y traspasa los límites del escenario hacia la platea. Esta gente lo pasa tan bien que el público quiere formar parte de la misma celebración.
Larga vida a “Tu falta de querer”, que al parecer será un buen programa para los fines de semana de otoño. El viernes en la sala Nachman del Auditorium.
Por Adriana Derosa, especial para MDPya