Esperar las ofertas, buscar marcas más baratas, diversificar las compras en distintos supermercados y limitar el uso del auto son algunas de consecuencias que está teniendo la inflación histórica en la vida cotidiana de los europeos, una suba de precios provocada en buena parte por la guerra en Ucrania que está generando “una gran pérdida de poder adquisitivo a los trabajadores”.
La inflación en la zona que tiene al euro como moneda subió al 8,9% interanual en julio, en el conjunto de la Unión Europea (UE) esa tasa se elevó al 9,8%, un nuevo máximo histórico, mientras que en el Reino Unido se disparó al 10,1%, un nivel que no se alcanzaba desde 1982.
La escalada de precios está motivada principalmente por el fuerte aumento de la energía ante el veto a las importaciones de hidrocarburos rusos con los que avanzó el bloque europeo y al recorte al suministro ordenado por el Kremlin, especialmente del gas, como parte de la guerra de sanciones y contrasanciones por la invasión a Ucrania.
El incremento en los combustibles impacta además en el precio de los bienes, sobre todo los alimentos, que de por sí ya se ven afectados por el conflicto bélico entre dos países exportadores de granos y fertilizantes, además de otros factores, como las cadenas de suministro rotas por la pandemia y las cosechas golpeadas por el calentamiento global.
Toda esta situación genera en Europa – y en otras partes del mundo- unas tasas de inflación sin precedentes y un poder adquisitivo de la población que se derrumba a una velocidad con pocos antecedentes históricos en las últimas décadas.
“Hay una gran pérdida de poder adquisitivo para muchos trabajadores, cuyos salarios se fijan a los niveles del año pasado y no subieron tan rápido como la inflación”, explicó a Télam Ricardo Reis, economista portugués y profesor de la London School of Economics.
Al margen del acuerdo en la UE para reducir un 15% el consumo de gas ruso que entró en vigencia a principios de este mes, después fueron los gobiernos los que tomaron diversas medidas para atenuar el impacto.
Estas iniciativas son disímiles: límites al uso del aire acondicionado (España), renacionalización de empresas (Francia estatizará la firma eléctrica EDF), reactivación de centrales de carbón (Alemania), fijación de topes de precios de los servicios, eliminación de impuestos sobre las facturas y el combustible, incentivos para usar el transporte público y ayudas en efectivo, entre otras.
“No hay una receta única, pero es importante proteger a los más pobres. Por supuesto, la capacidad fiscal del país limita lo que se puede hacer, y la dependencia del gas ruso hace que el problema sea mayor para unos que para otros”, indicó Reis, analista del Centre for Economic Policy Research, la principal red europea de investigadores de política económica.
Más allá de estas medidas adoptadas por cada país, el aumento generalizado afectó la vida cotidiana de los habitantes.
“Para mantener el gasto que tenía en el supermercado en 2021 ahora tengo que mirar las revistas de cada cadena y rotar las compras. Los precios que antes eran las bases en productos de primera necesidad son los que hoy se encuentran solamente cuando hay ofertas”, explicó a esta agencia Mattia Rossi, diseñador italiano de 28 años que vive en Roma.
“Si los precios del día a día siguen subiendo, lo primero que tengo en mente para resignar son las marcas de los productos de la alacena y quizás también empezar a comprar ropa y otros artículos no indispensables solo cuando hay liquidaciones”, añadió.
“Con respecto a los precios, empezamos a ir al Lidl (un supermercado con marca propia y más económico) y compramos menos productos agroecológicos”, indicó por su parte Natacha, madre de dos niños y vecina de Saint-Ouen, en los suburbios de París.
“Tenemos auto y espero cuando el precio baja de los dos euros el litro para llenar el tanque. Tengo el lujo de poder esperar para hacerlo porque no lo uso seguido”, resaltó.
El incremento del combustible impactó en el trabajo de Wayne Yates, un británico que es instructor de manejo en Uckfield, una localidad a unos 60 kilómetros al sur de Londres: “La inflación actual en el Reino Unido afectó mucho a mi negocio, porque mientras que antes era capaz de llenar el tanque de mi coche para trabajar, ahora tengo que cargar menos y hacerlo dos o tres veces por semana porque el precio es muy alto”.
Diego Risco, un peruano que vive junto a su familia en Berlín, tiene las mismas dificultades para cargarle combustible a su auto por la inflación, fenómeno que también impacta en sus compras de supermercado.
“Con mis hijos comemos mucho pollo y empezamos a comprar menos o cuando estaba en oferta porque subió de unos 7 euros el kilo a 12. Y la res también subió, así que también comprábamos en oferta y lo congelábamos. Ahora bajó, pero seguimos haciendo esto y buscando precios”, relató Risco, que estudió ingeniería automotriz y por el momento está trabajando en un hotel.
Desde una posición más acomodada en lo económico, el empresario Hernán Coronas indicó que en su restaurante de Barcelona tuvieron que incrementar los precios en el menú dos veces este año “cuando habitualmente los variábamos muy poquitito, un 3% o 5% cada tres años”.
“A mí personalmente y gente del nivel económico medio alto no lo estamos viviendo con gran angustia. No nos aprieta la compra del supermercado, pero sí se nota que bajan los márgenes de beneficio. Lo sufro a nivel comercial: los proveedores tienen dificultades de conseguir materia prima y te cambian los productos”, agregó el argentino, que vive hace 22 años en España y es también dueño de alojamientos para turistas y una compañía de reformas.
“Pienso mil veces que si uno está en una familia con un par de salarios promedio, pues seguro que lo están viviendo con bastante angustia porque el supermercado, la luz y la nafta aumentaron de manera importante”, reflexionó.