El peligro de lidiar cotidianamente con un intenso es que empezas a ceder. “Bueno, dejalo”. Se pincha. Una va eligiendo batallas mientras se desinfla, entonces van entrando menos batallas y sólo se lucha por lo esencial – porque habrá que hacerlo -: tener un plato de comida, poder cumplir con los trabajos, poder seguir accediendo al sistema de salud, poder pagar mis medicamentos y los de mi familia, poder educar/me. Es preciso, pero no lo es todo. Entonces, lo otro, que no es menos importante, queda relegado: acceder al entretenimiento de variedad y calidad, que me respeten las condiciones laborales, poder tomarme un bondi sin sacudir la administración económica de mi hogar por ello o poder informarme con datos comprobados, de fuentes diversas y de calidad sobre lo que pasa en mi tierra. ¿Y entonces?
Y entonces lo que hay que preguntar es ¿para qué? ¿Es una forma bruta de esconder lo que no conviene contar? (“Si yo decía lo que quería hacer no me votaba nadie”, decía el ex presidente Ménem) ¿Qué no conviene contar? Porque, hay que reconocerlo, también: clausurar la agencia nacional de noticias una madrugada, y confirmar el cierre de casi 60 oficinas de Capital Humano en el país a la tarde siguiente es una medida inteligente. No sabes muy bien qué pasa, y si te salpica muy cerca, no tenes a quien reclamarle. Con el Mapa del Merodeador, cualquiera juega a las escondidas.
¿Qué es lo que quieren hacer Milei y su gente? ¿O es tan solo un mero acto económico cerrar Télam?
Quizás sea un análisis exacerbado para una realidad más simple: La venganza de un varón que no ha recibido amor y cuidado genuino y que, por primera vez en su vida, se siente observado. Lo logró: llamó la atención. ¿Y ahora?
Quienes hacemos este medio ya vivimos algo como esto. Nos recibimos durante el macrismo. Apostamos a una carrera que se desgranaba y mutaba frente a nosotras. Hoy vuelve a pasar: encaramos un medio chico local con el impulso de marcas y firmas que deciden acompañarnos mientras a la “madre nodriza” de la información a nivel nacional la desarticulan. Lo que se ve no es bueno. El loop es desesperanzador. Ya estoy cansada, jefa.
En este contexto de remo constante, queremos explicar para qué sirve y cómo funcionaba la cablera nacional Télam. Como periodistas, necesitamos acceder a información que no siempre está al alcance de la mano: siempre se precisan datos, fotos y videos. Sobre todo en esta actualidad que consume material audiovisual, y obliga a profesionales de la comunicación a incursionar en nuevos rumbos: redes sociales, edición de videos, subtítulos para el material audiovisual, marketing, etc.
Ante este torbellino de likes y de información rápida, Télam ES esencial. Pero por sobre todo por su carácter federal.
Claro, a través de una agencia de noticias, el Estado busca garantizar el derecho a la pluralidad de voces. Télam y el resto de los medios públicos llegan a localidades donde no se asientan las empresas mediáticas, por el simple hecho de no ser rentable. Tiene lógica. Un privado no invierte cuando las cuentas no cierran. Pero el Estado no es un privado y no es su misión generar ganancias, sino garantizar un derecho constitucional como es el acceso a la información de calidad. Otra vez: el Estado no es un privado.
La cablera era realmente impresionante: cada pocos minutos se actualizaba, es decir que siempre había información chequeada, con foto y testimonios, que cada medio que estuviera registrado podía descargar sin problemas y compartir, porque la información es un derecho y también es poder.
Había un buscador, y lo decimos en pasado, porque ya no se puede ingresar. Allí, podías poner una localidad, como “Mar del Plata”, y había muchísimas notas realizadas por corresponsales locales, prestigiosos/as profesionales que compartían su visión del mundo, nuestro mundo. También, se podía buscar por temas, como por ejemplo “inflación”, y allí el universo económico se desplegaba, con posibilidad de descargar cualquier nota que quisieras.
Afirmamos. Todos los medios usamos Télam, como base de información sobre un tema, como centro de inspiración para crear nuevo contenido, o para el viejo y conocido “copiar-pegar”.
Hoy llevar adelante un medio es remar en dulce de leche, porque faltan manos y cabezas, porque falta sueldo. Sobran celulares en las calles, pero faltan comunicadores y comunicadoras comprometidos con el pueblo y con su voz. Que visibilicen las tragedias, que impulsen la solidaridad y empujen la agenda mediática que quieren los poderosos, para que haya lugar también para otras historias: las historias del pueblo.
No se olviden de las y los fotógrafos (tampoco se olviden de José Luis Cabezas). Son quienes cuentan relatos con una mirada cálida, cercana, certera. Quienes meten las cámaras ahí donde nadie ve, y pese a que el sistema cada vez precariza más esta tarea, quienes hacemos periodismo entendemos que no es una cuestión secundaria, sino, necesaria a la hora de contar detalles, gestos, acciones y contradicciones.
Ser comunicador/a en estos tiempos es tarea difícil, ni te cuento si estás buscando trabajo. Hay muy poco, y casi en su mayoría es precarizado.
Abrazamos a las y los trabajadores de Télam porque sabemos que no sólo lloran el cierre de una agencia, la puesta de vallas o la imposibilidad de poder trabajar. El lunes pasado, ese misticismo que hay alrededor de quien es joven y decide estudiar comunicación por la investigación, por la verdad, por su accionar esencialmente democrático, por la adrenalina de su producción se desvaneció.
Y encima hay que salir a buscar trabajo en este contexto.
Agradecemos a quienes han hecho de Télam un orgullo comunicacional nacional con reconocimiento mundial. También elegimos la comunicación por ellxs. Acompañamos a quienes están desde la madrugada en la calle, sitio que no se abandona, en pleno ejercicio de resistencia y reivindicación de lo propio que es lo colectivo. Invitamos a nuestrxs lectores a hacer lo mismo, con nosotras.
Como pueblo, nos costó horrores, vidas, años y democracia no tener acceso a la información. No será sin molestarles, al menos, que volveremos a intentarlo todo otra vez.