Llevaban poco más de un año en pareja y Julieta transitaba el cuarto mes de embarazo cuando, en medio de una discusión,
Matías la tomó de los brazos con fuerza, la redujo sobre la cama que ambos compartían y le gritó al oído lo mismo que de ahí en más iba a decirle cada vez que se desencadenara una pelea: sos una puta de mierda, te voy a reventar.
Julieta Morales (30) dice ahora -cinco años después de aquel día- que nunca había tomado dimensión de la violencia a la que la sometía Matías Jonathan Tait (29), su expareja y padre de su hijo menor, de apenas 3 años.
Es que se había acostumbrado y lo quería, dice. Aunque, ahora, la distancia y la presencia de Mariana, una joven del colectivo feminista Mirabal que la acompaña que decidió por fin hacer la primera denuncia en la Comisaría de la Mujer, le hicieron ver que en realidad había naturalizado los golpes y el maltrato psicológico de su expareja como parte de su relación.
Incluso, habían desarrollado una dinámica que consistía en que, tras ser agredida, Julieta levantaba al bebé, salía al patio y corría los pocos más de 20 metros que separan su casa de la que habitan su madre y hermano, ubicada en el fondo del mismo terreno del barrio El Martillo. Lo dejaba en soledad unas horas hasta que se calmara, ella regresaba y él le pedía perdón. “Lo hacía porque lo quería y para mantener la familia”, dirá en reiteradas oportunidades.
Según Julieta, que tiene además otro hijo de 9 años producto de una relación anterior, las golpizas estaban a la orden del día y cualquier motivo era válido para que Tait las iniciara; incluso, adelante de los chicos. “Decía que era mala madre y llorona, porque no nos alcanzaba la plata, porque pensaba que andaba con alguien; decía que mis amigas eran putas, que mi familia era interesada… Me pegaba en los brazos y de la fuerza que tenía, me provocaba cortes en la piel; me golpeaba la cabeza contra la pared o la heladera. Para él, yo era una ignorante que no servía para nada y yo me lo creía; era una trapito”, dice.
Con el transcurso de los meses y ante la continuidad de los malos tratos, Julieta empezó a maquillarse los brazos y en un momento optó directamente por dejar de usar shorts y remeras sin mangas durante el verano: una base de cosmética puede llegar a tapar algunas marcas en la piel pero no hace milagros.
La puesta en escena duró hasta el 23 de diciembre pasado, día en que su mamá llegó de imprevisto a visitarla y le encontró en pijama, con las piernas descubiertas y lastimadas. Pese a las excusas que inventó en el momento -me caí, alcanzó a decir- su mamá no le creyó y, tras advertirle que no debía soportar esa situación de violencia, le pidió que le contara lo que sucedía a la madre de Tait y secretaria de Desarrollo Social del municipio, Patricia Leniz. “Tenía miedo de lo que podía pasar después de que Matías se enterara pero cuando volvió a casa estaba tranquilo; se ve que habían hablado y había logrado calmarlo”, cuenta.
El 28 de abril de este año fue la última vez que Tait la golpeó con la mano abierta sobre la cara y le dejó todos los dedos marcados. La imagen de su perfil derecho lastimado llegó por WhatsApp al teléfono de su exsuegra: se la envió poco después de que -una vez más- saliera de su casa con el bebé a upa y corriera hasta lo de su madre en busca de refugio. Pero esa vez, lejos de calmar las aguas, la decisión de compartir la fotografía provocó que Tait se fuera definitivamente del hogar familiar y la hostigara por teléfono a Julieta casi todos los días, además de negarse a pasarle dinero para los alimentos y ropa del hijo que tienen en común.
-No es para mí, es para tu hijo, Matías
-Calláte la boca y escuchame: agarro la moto y voy a donde estés; me importa una pija que me saquen al nene o que me metan en cana, ¡voy y te re contra cago a palos! Ya no te aguanto más.
El día de la última paliza llovía. Julieta lo recuerda porque cuando llovía –dice- Tait actuaba con la impunidad de saber que sus gritos quedarían mitigados por el ruido del agua que repicaba en el techo y no llegarían a escucharse desde la casa del fondo. Entonces, pegaba más fuerte.
Ese día Julieta se cansó y no volvió para escuchar las disculpas de su pareja. En cambio, dejó a su hijito con su familia y se dirigió a la Comisaría de la Mujer a denunciar a Tait. En mayo se presentó ante la Fiscalía para denunciar violencia familiar y se originó una causa en la que intervino el Juzgado 3 de Familia. Si bien la fiscal Graciela Trill le dio curso al expediente, Julieta aún no tenía asesoramiento legal y no cumplió con una serie de requisitos legales. Así, la causa terminó archivada.
El 5 de septiembre Julieta Morales se presentó en el mismo Juzgado para solicitar una restricción de acercamiento tanto para ella y su hijo, contemplada en la ley 12.579 sobre protección contra la violencia familiar. La jueza Amalia Dorado le dio curso al expediente y en base al relato de la víctima, en los últimos días ordenó que Matías Tait no podrá acercarse a la casa en la que vive su hijo ni a ningún otro espacio en el que pudiera encontrarse (colegio, institución deportiva, recreación y/o esparcimiento) en un radio de 300 metros.
Por Por Luciana Acosta, para portal 0223