Que unaclasificación argentina dependa de un eclipse islandés, semeja a que la fiereza del haka All Blacks se entibie por la irrupción del módico rugby boliviano.
Así de ilógico detonó el Mundial.
Lejos de versiones encomiables, lejos de algo que nos etiquete como el bandoneón de “la nuestra”, como si el vodka ruso hubiera empastado nuestra ilusión.
El debut deschavó impericias, languidez, disociación moral-futbolística. Como si la genética potrero hubiera colapsado en la bisoña escala Reikiavik. Croacia tiene otro peso, otra talla, otro vals..
Nos desnudó, nos descarriló, nos descoyuntó.
Hizo que Messi deambulara, y que Modric fuera Mozart. Que los bloques balcánicos se forjaran en Paternal, y los nuestros en Vladivostok emocional.
Lo de Caballero, de tan desprovisto de lógica, como representante de un arco de élite, sobra hablar. 0-3, cantaba Raffaella.
Para enamorarse bien habrá que ver a Croacia, ir a Zagreb, o a Dubrovnik?
Para ensayar dibujos tácticos, se experimenta en una “final”? Defensa Casa de papel, arquero sin swing, medios sin zancada, Messi sin tangana, Agüero sin espada.
Deslucido transitar. En tierra de zares y revoluciones, de General Invierno, e inclemencias, de Politburó y rebeldías, fuimos dóciles, cansinos, desprovistos de ropajes, de abolengo de campeón.
Pongamos una canción de Björk, que nos traslade a Reikiavik, alguna pócima, algún brebaje, alguna matriz sinfónica, algo de rock’n roll. Desearía que Messi fuera volcánico, supersónico, (otra vez); Rosario siempre estuvo cerca… de Islandia