Por Adriana Derosa, escritora, crítica de espectáculos teatrales.
Me di otra vuelta por la sala de El Telón de calle España, que cabe aclarar es de una ubicación extremadamente cómoda, con sitio para estacionar, hermoso lugar donde esperar, y gente amable que quiere ver teatro. “Cuidemos a nuestros artistas”, dijo la responsable antes de que ingresáramos a la sala, y nos agradeció a todos que hubiéramos invertido la noche de calor marplatense en ir a ver teatro. Pero lo cierto es que la casona antigua tiene techos altos, y el sitio es muy aireado, es decir que las altas temperaturas allí ni se padecen.
Asistí a una función de “Después”, la obra que Mauro Martínez escribió y dirige, con la interpretación de las actrices María Elena Niño y Silvia Rosenfeld. Era su última función de la temporada estival.
Una temática ocurrente: retomando el contexto de “La casa de Bernarda Alba” de Federico García Lorca, y hasta su misma determinación espacial, el autor ha variado la temporalidad. Estamos entonces quince años después de los hechos que escenificara el poeta granadino, momento en el que la criada Poncia regresa a la casa para acompañar a una Bernarda, que ya es anciana y por momentos se pierde en la irrealidad.
El conflicto entre los dos personajes se actualiza y deviene eterno, toda vez que aquello que las enfrentó en escena sigue vigente como en aquel entonces: Bernarda pretende seguir siendo el eje de poder de aquella casa y convocar a las niñas a su encuentro, pero la casa está vacía y solamente su criada acude a su llamado. Poncia, se encuentra en la doble posición, entre asistir a quien fue su ama durante años, acompañarla generosamente, pero la vez reprocharle la forma en la que siempre la mantuvo en la sombra de la servidumbre y la acusó por su origen. Bernarda ha sido déspota, e insiste en serlo: sólo los momentos en los que avanza la demencia se dulcifica.
La escena se juega en una coreografía espiralada, ya que Poncia acecha a Bernarda. El tiempo es lo fragmentado: hay un momento en que las mujeres son dos potencias enfrentadas, y momentos en los que Bernarda se pierde en el pasado y Poncia comprende que deja de ser rival válido para la discusión. Pero claro, Lorca y la tragedia: ninguna puede escapar a su destino y serán cada una quien es.
Como en buena escena granadina, hay fuego y hay guitarras. El público aplaudió muchísimo y la ceremonia se dio por concluida.
Pero tampoco hay Lorca sin luna: esa noche aún era menguante. La misma luna que habrá el 18, cuando usted pueda asistir a la próxima función, y le estemos viendo ya el ropaje a un otoño niño. Los esperan.