Por Laura Pomilio

 

Dejar el país de origen, los seres queridos, las costumbres y “lo conocido” en una pulsión por preservar la vida fue la decisión forzada que tuvieron que tomar miles de argentinos que se exiliaron durante el terrorismo de estado y que hoy, a casi 47 años del inicio del último golpe militar, Télam reconstruye a través de la experiencia de cuatro personalidades del ámbito periodístico y político nacional.

La socióloga e historiadora feminista, Dora Barrancos; el periodista activista de derechos humanos, Eduardo Jozami; el docente universitario y asesor especial ad honorem de la jefatura de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina y el periodista y actual director del Museo Penitenciario de San Telmo, Oscar Ganzález; coincidieron en que si bien la vivencia del exilio tuvo sus “dolores”, pudieron transitarla con la certeza de que se trataba de una “etapa transitoria” dado que “el deseo y determinación de volver al país fueron permanentes”.

A pesar del carácter heterogéneo del fenómeno del exilio por las particularidades y experiencias individuales de quienes lo vivieron, el factor común de haber sido una elección forzada, no deseada, producto del accionar represivo y persecutorio de la última dictadura cívico militar; convierte la emigración política de ese período en un episodio importante a analizar de la historia reciente del país.

El trienio que va de 1976 a 1978 fue el período represivo más álgido durante el cual se produjo el mayor éxodo de población que tendría como principales países de acogida a México y España, entre otros destinos como Venezuela, Brasil, Suecia, Francia, Italia, Israel, Bélgica, Suiza, Holanda, Estados Unidos, Canadá y Australia.

En el caso de México y España, su cercanía cultural y lingüística -sumado a que el primero contaba con una gran política de solidaridad implementada con los perseguidos latinoamericanos- fueron factores determinantes, de la misma manera en que las políticas de refugio estatal y presencia de organismos internacionales lo fueron en los países europeos.

Los principales motivos que incentivaron la salida del país estuvieron vinculados a amenazas directas, al secuestro y desaparición de seres queridos, la censura y la sensación fundada de peligro en ámbitos laborales, académicos o de militancia.

“Recién iniciado el golpe no éramos conscientes de la hondura de la dictadura, yo me resistía a salir del país, más allá de que la amenaza ya estaba ahí en el dintel de la puerta”, dijo a Télam Barrancos, quien fue una de las primeras despedidas del PAMI cuando la Marina tomó el control de la institución a mediados de abril de 1976.

Según refirió Barrancos, a la par de no conseguir trabajo dado que estaban “marcados” por los servicios de inteligencia, comenzó a recibir advertencias sobre los “peligros que la asediaban” y que “debía tener las valijas y pasaportes listos” para salir de manera inminente.

La denegación del permiso de su expareja y padre de sus dos hijas mayores para sacarlas del país, fue un serio condicionante que retardó el exilio de Dora pero el secuestro en paralelo de dos amigos íntimos ocurridos en días consecutivos -y el que su nombre fuera mencionado bajo tortura en uno de los interrogatorios- forzaron su salida abrupta hacia Brasil el 25 de mayo de 1977.

“No me quería ir sin mis hijas pero mi compañero de vida Eduardo me dijo algo sabio: ‘mirá negra, es preferible que las nenas te lloren un rato separadas pero que no te lloren muerta'”, rememoró Barrancos.

Dada la “contundencia de la comprobación empírica de los riesgos” que corrían, Barranco dejó a sus hijas mayores con su suegra y partió a Belo Horizonte junto a Eduardo y a su beba Laura de un año.

En diciembre de 1977, gracias a la insistencia y “colaboración invaluable” de su cuñada Susana que logró que el padre de sus hijas firmara la documentación para su salida del país, Dora pudo reencontrarse con “sus niñas” tras siete meses de separación.

La historiadora feminista expresó que si bien “las cosas fueron acomodándose” en Brasil donde pudo hacer carrera dentro de la Salud Pública, llegando a ser la primera directora mujer de la Escuela de Salud Pública (ESP) de Minas Gerais, era consciente de que se trataba de un “momento transitorio” porque “sentía su alma vacía y deseosa” de volver a la Argentina.

En tanto, la persecución y situación de amenaza permanente padecida por el exdelegado gremial del diario Clarín, Oscar González, lo “acorralaron” hasta expulsarlo del país.

El 5 de febrero de 1976 toda la comisión interna del diario Clarín fue despedida por la empresa que “coludida con el golpe militar” ya había entregado, además, los legajos de los 12 delegados gremiales a la inteligencia militar.

“El 5 de agosto de 1976 me quedé sin trabajo y sin casa en una situación de inseguridad extrema”, refirió González sobre el día en que su amigo y periodista del diario El Cronista Comercial, Héctor “Negro” Demarchi -quien paraba en su casa por seguridad- fue secuestrado y por lo que nunca llegó a la cita que tenían para prever un viaje que harían a Finlandia por un Congreso Internacional de Periodistas.

El secuestro de su amigo y colega fue el último despacho que redactó para la agencia de noticias Inter Press Service (IPS) donde trabajó por seis meses.

González viajó al plenario internacional en Finlandia y el 21 de septiembre de 1976 pronunció un discurso -que aún conserva- donde denunció la represión y desaparición de periodistas en la Argentina ante colegas de todo el mundo.

“De ahí me fui directo a México con una incertidumbre total de qué iba a ser de mi vida, no tenía casa ni trabajo, no conocía nada, pero sabía que había ya instalados argentinos que nos hicieron la gamba, nos abrieron puertas y nosotros, asimismo, abrimos puertas a mucha gente los años subsiguientes”, relató.

De esta manera, el exsecretario General del Partido Socialista dio cuenta de otro factor común fundamental que “facilitó” la vivencia del exilio, que fueron los lazos y redes construidos entre emigrados argentinos en los diversos países de acogida.

“Es una historia muy compleja que tiene que ver con el destierro, la emigración, la cultura, la solidaridad y la empatía”, evaluó González quien pronto se convirtió en secretario de Redacción del novedoso diario mexicano Uno Más Uno.

En tanto, para la familia del histórico dirigente del Movimiento Peronista, Juan Manuel Abal Medina y la diplomática Nilda Garré, la situación tampoco fue sencilla y el camino al exilio fue tortuoso.

“Mi viejo estuvo seis años -desde abril de 1976- recluido en la embajada mexicana en la Argentina porque le negaban sistemáticamente el derecho de asilo. Yo tenía en ese momento siete años, con mi mamá -quien casi no podía trabajar y hasta había sido secuestrada- y mis hermanos nos fuimos a esconder en un campito en Navarro donde pasamos gran parte de la dictadura”, recordó el exjefe de Gabinete Abal Medina.

En mayo de 1982, con la irrupción de la guerra de Malvinas y el debilitamiento de la dictadura militar, la familia Abal Medina logró exiliarse en México.

Juan Manuel ya era un adolescente de 14 años que recordó de manera anecdótica como sus nuevos compañeros de colegio creían que él y sus hermanos “eran excombatientes de Malvinas” por venir de la Argentina en pleno conflicto bélico a pesar de su corta edad.

“Al principio fue difícil, la adaptación, no teníamos recursos económicos, pero también sentimos ese alivio de estar en un país donde uno podía hablar, estar en la calle y vivir tranquilamente”, evaluó Abal Medina sobre su estadía en México, un país que “los trató con mucho cariño”.

Para el periodista Jozami quien también emigró a México pero tras estar detenido como preso político de 1975 a 1983 en distintas cárceles del país, el exilio sería el “tan anhelado reencuentro” con su compañera, la periodista Lila Pastoriza, refugiada en ese país desde 1979 luego de haber estado detenida desaparecida en la ESMA por un año y medio.

“A pesar de venir de un lugar donde la solidaridad en el infortunio era muy grande entre los presos políticos con quienes tejimos una especie de hermandad, apenas llegué a México me llamó la atención cómo se habían formado verdaderas familias entre argentinos en el exilio, había una integración muy especial”, valoró Jozami.

Si bien su tiempo en el exterior fue breve, Jozami destacó que el deseo de volver a la Argentina fue “muy fuerte” para “volver a conectarse con las inquietudes de toda su vida” -la universidad y la política- y así lo hizo junto a su compañera Lila quien en 1985 testificó en el histórico Juicio a las Juntas.