Por Adriana Derosa.

Muchos creen que empezamos la actividad al día siguiente de la fiesta en que Mar del Plata “levanta el telón”, y se sacan fotos sonrientes con el plotter de fondo para mandar a los amigos. Pero lo cierto es que esta ciudad siempre tiene el telón levantado: aquí se hace teatro todo el año.

Prefiero marcar el día en que Mar del Plata abre los brazos, el principio de temporada estival que recibe a los elencos de otros sitios que concurren a trabajar en esta plaza. Muchos de ellos, con obras puestas a propósito del verano. Muchos otros, con propuestas que ya han llevado a cabo temporadas exitosas con anterioridad. Algunos, con el prejuicio de que todo debe ser liviano y reidero. Otros, apostando al teatro de autor.

Tal es el caso que nos ocupa, porque el clásico thriller psicológico de Ira Levin lleva ya cuatro temporadas en Capital, y el público le ha dado la mano. Aunque cabe aclarar que ha habido cambios en el elenco, que no fue en todos los casos el mismo que hoy llega a la sala Melany.

Levin fue muy conocido principalmente por sus novelas de intriga, como por ejemplo “Bésame antes de morir”, con la que alcanzó gran popularidad y que fue merecedora del premio Edgar Allan Poe a la mejor primera novela. “Trampa mortal”, escrita poco después, es su obra de teatro más conocida, con la que obtuvo gran éxito en Broadway. Otras dos novelas suyas, que fueron además llevadas al cine con gran éxito, son “El bebé de Rosemary” y “Los niños del Brasil”.

Silvia Kutika, Fabio Aste, Fernanda Provenzano y Adrián Lázare llegan bajo la dirección de Virginia Magnago, a poner un texto que Levin se resistió a entregar para que fuera adaptado al cine. Siempre creyó que “El cuarto de Verónica” era esencialmente teatral, y que su verdadera clave de lectura estaba en la realización escénica en vivo.

Quizá porque la escena toda se constituye en el mismo cuarto invocado en el título. Quizá porque recorre el tema del encierro, y el personaje vive este sometimiento en escena. Tal vez porque lleva también a pensar en el encierro en sentido simbólico, el lugar desde el cual no es posible salir aunque las puertas se abran, aquellos momentos de la vida que pueden anclar al individuo para siempre y paralizarlo en la repetición sin fin de sus actos, hasta que estos se conviertan en pesadilla.

Sala llena, público entusiasta, del que gusta aplaudir cuando los actores salen a escena. Público con la respiración entrecortada viendo cómo se resuelve la historia de una joven que fue abordada en un restorán por una pareja de ancianos adorables, que insisten en mostrarle una foto para comprobar el parecido con una joven ya fallecida que ellos conocieron. El resultado no sería en rigor terror, sino tensión. Lunes y martes en la sala de calle San Luis.