Lusine Lusinyan es economista principal en el Departamento del Hemisferio Occidental del FMI y, según la página oficial del organismo internacional, actualmente forma parte del equipo encargado del seguimiento de Argentina, tarea que antes había realizado de Canadá y Estados Unidos.

Revelar la responsabilidad que tiene, lo que piensa y propone Lusinyan es importante para estimar por dónde pasará el debate económico local mientras siga vigente el préstamo con el Fondo.

En el equipo del FMI para Argentina, Lusinyan se concentra en “reformas estructurales, productividad, energía y descentralización fiscal”. Su jefe es el italiano Roberto Cardarelli, con quien escribió una investigación sobre la desaceleración de la productividad en Estados Unidos, en enero de 2015.

Cardarelli es el líder de la misión del Fondo Monetario que desembarcó en el país el lunes pasado y partirá este miércoles luego de auditar el acuerdo.

Fue él quien autorizó a distribuir a comienzos de este mes el último documento elaborado por Lusinyan. El diagnóstico, las recomendaciones y conclusiones de ese texto son muy relevantes desde el momento en que el gobierno de Macri se lanzó desesperado a los brazos del FMI, que pasó a diseñar, supervisar y orientar la política económica argentina.

Más aún luego de la última semana donde el Fondo mostró quién define la gestión económica argentina, al exigir la aceleración del ajuste fiscal a cambio de autorizar la utilización de dólares que correspondían a Hacienda por parte del Banco Central para rescatar deuda de cortísimo plazo en Lebac (ver aparte). Para “alentar el debate”, como se presenta el texto del FMI, Lusinyan propone realizar un “ambicioso esfuerzo” para impulsar reformas estructurales que, como se trata de un “nuevo” Fondo, como ha sido publicitado, no se inhibe de impulsar la misma receta ortodoxa del “viejo” Fondo:

Flexibilización laboral.
Mayor apertura comercial.
Disminución de impuestos a las empresas.

El menú de siempre

Como si el mercado laboral fuera responsable de la debilidad estructural de la economía argentina, Lusinyan afirma que las estrictas regulaciones, como los altos costos de los despidos y las restricciones al empleo temporal, obstaculizan la asignación eficiente de recursos en la economía, desalientan la inversión y conducen a la subutilización del trabajo y a la informalidad.

En el informe, que tituló “Evaluar el impacto de las reformas estructurales a través de una política desde el lado de la oferta: el caso de Argentina”, asegura que la economía argentina ha evidenciado un “rendimiento de la productividad decepcionante” en las últimas décadas. Estima que el crecimiento anual de la productividad laboral desde 1980 “ha sido cercano a cero”, cuando el resto de las economías emergentes tuvo un crecimiento promedio de alrededor de 2,5 por ciento. Sentencia que “las reformas estructurales tomarán tiempo en materializarse, pero son esenciales para impulsar el potencial económico de la Argentina de manera sostenida”.

Recomienda además la necesidad de implementar una serie de medidas para facilitar la creación de empresas reduciendo costos; abrir más la economía al comercio internacional; flexibilizar el mercado laboral; bajar la carga tributaria e impulsar políticas y regulaciones favorables a la competencia. Estas iniciativas “impulsarían el crecimiento principalmente a través de un mayor empleo y eficiencia”. Nada diferente a lo que el FMI ha exigido cuando estuvieron vigentes los varios acuerdos pasados con Argentina, desde la década del ‘80, con el saldo conocido de crisis económica y deterioro sociolaboral.

Reformas
La comparación con Australia y Nueva Zelandia se repite en la investigación, referencia preferida de ciertos economistas que pretenden exculpar de la decadencia económica a las elites locales y a las políticas neoliberales aplicadas durante décadas. De todos modos, Lusinyan evita caer en la consigna burda de indicar el comienzo del atraso argentino hace 70 años, para señalar, en las primeras líneas del documento, que la economía “ha estado en un camino descendente durante mucho tiempo; con un producto per cápita relativo al de las economías avanzadas casi reduciéndose a la mitad en los últimos 50 años”. El gráfico que acompaña esta sentencia muestra con claridad que el punto máximo de ese indicador fue en 1974 y que el quiebre se inicia con la política económica de la última dictadura militar, que desarticuló el modelo de sustitución de importaciones y avanzó en una amplia liberalización financiera.

Es la única licencia que se toma Lusinyan de la visión ortodoxa dominante, para sugerir que “las medidas del lado de la oferta son necesarias para impulsar el potencial de la economía argentina”. Sugiere que las reformas estructurales deberían incluir una mayor apertura de la economía al comercio internacional, el aumento de la competencia interna, la mejora de la infraestructura, el desarrollo de mercados de capitales y el fortalecimiento de la gobernanza y los marcos institucionales.

El documento utiliza el enfoque ofertista de la función de producción para evaluar el papel de las reformas estructurales para promover el crecimiento del PIB a largo plazo en Argentina. El impacto de las reformas propuestas (mercado laboral, apertura comercial y reducción de impuestos) en cada canal de la oferta –acumulación de capital, utilización de mano de obra y productividad total de los factores, representada con una estimación de la eficiencia– la evalúa por separado y luego la combina para arribar al impacto total en el crecimiento. Dice que el mayor efecto de las reformas estructurales, que implica cambios regulatorios que promuevan la competencia y faciliten formas flexibles de empleo, se produce a través del canal de productividad/eficiencia. La regulación a favor de la competencia también mejora la utilización de la mano de obra, mientras que la apertura comercial es importante para la acumulación de capital. Estima que estas reformas agregarían de 1,0 a 1,5 por ciento al crecimiento promedio anual del PIB.

Tres décadas
Lusinyan adelanta que los efectos de sus propuestas no serán rápidos, al indicar que “las reformas estructurales tomarán tiempo en materializarse, pero son esenciales para impulsar el potencial económico de Argentina de manera sostenida”. Para insistir que para “que Argentina se ponga al día con las economías avanzadas en términos de PIB per cápita requiere una serie de reformas estructurales que tomarán mucho tiempo para que se arraiguen”. En Australia, que Lusinyan señala explícitamente como uno de los países de referencia en su investigación, “las reformas estructurales de amplio alcance continuaron durante más de tres décadas”.

La economista del Fondo que integra el equipo que se ocupa de Argentina señala que quiere proporcionar “algunas ideas cuantitativas sobre los posibles efectos a largo plazo que las reformas estructurales podrían tener sobre el crecimiento de Argentina”. Dice que las políticas y regulaciones que fomentarían la inversión deberían estar en el núcleo de esa agenda. Apunta que facilitar la creación y entrada de firmas, incluso reduciendo los altos costos para iniciar un negocio, y abrir la economía al comercio, reduciendo los aranceles y promoviendo derrames tecnológicos, contribuiría al crecimiento a través de una mayor productividad del capital y ganancias de eficiencia. Asegura además que la productividad podría beneficiarse aún más con regulaciones del mercado laboral menos restrictivas, mientras que una menor carga tributaria y políticas y regulaciones favorables a la competencia impulsarían el crecimiento principalmente a través de un mayor empleo y eficiencia.

En este documento del FMI se repite la misma receta de décadas pasadas, con la marca de origen de la concepción ortodoxa sobre los motores del crecimiento económico que, en el caso argentino, ha demostrado que conduce al fracaso. Hacia esos brazos fue arrojada la economía argentina, a los que quedará sujetada en los próximos años por un crédito millonario que se ha revelado insuficiente para evitar el derrumbe de la economía macrista. El FMI, con las exigencias que plantean sus economistas, será de ese modo parte de la pesada herencia que dejará el nuevo fiasco de una experiencia neoliberal.

Por Alfredo Zaiat-P12