El pueblo argentino hoy debe tener calma y debe estar atento, porque la bestia está herida y desesperada. Los recientes sucesos en el teatro ND Ateneo, en la Plaza de Mayo y en la amenaza de bomba al canal de televisión C5N dejan en evidencia la estrategia —que por otra parte es de manual— del gobierno para mantener su vigencia en medio a un total descalabro económico y denuncias de corrupción que a esta altura ya son indisimulables.
Y lo que es de manual es el método de instalación de la violencia política para responsabilizar a la oposición y generar las condiciones subjetivas para acentuar la represión y finalmente suspender las garantías democráticas y hasta quizá las elecciones del año que viene, en las que el gobierno antevé una dura derrota.
Esto es así porque, de no suceder nada extraordinario en los próximos meses, el gobierno de las corporaciones y de los ricos en general es insostenible. Entonces surge la necesidad de lo extraordinario, que sería lo imponderable para el cálculo político o la contingencia propiamente dicha. Si se diera, por ejemplo, una situación en la que la “amenaza marxista” intentara golpear al gobierno para destituirlo, estarían dadas las condiciones para la suspensión de la política y el blanqueamiento de un régimen de tipo autocrático, ahora justificado por la necesidad de “poner orden en la casa”.
Pero no existe ninguna “amenaza marxista” en el horizonte ni hay nadie tratando de destituir el actual gobierno. Por el contrario: el peronismo está haciendo todo lo posible para que Mauricio Macri termine su mandato y se realicen las elecciones con normalidad, sin generarse un quiebre democrático en el país. El gobierno no tiene los enemigos que necesita para justificar la “mano dura” y la consiguiente suspensión del proceso democrático que le es netamente desfavorable. El gobierno de Mauricio Macri no tiene esos enemigos y entonces los inventa, los crea ex nihilo.
El manual de cómo hacer eso tiene varias páginas, pero siempre es el mismo. En 1981, en plena dictadura cívico-militar de Brasil se inició un proceso de apertura democrática orientado a hacer la transición entre el gobierno de facto y uno elegido en las urnas.
Los dirigentes militares de Brasil querían un “aterrizaje suave”, esto es, una transición ordenada y sin vendettas, pero un sector de las fuerzas armadas —el más ortodoxo y radicalizado a la derecha— no estaba convencido de esa apertura y se dispuso a boicotearla. ¿Cómo? Con la vieja maniobra (que por vieja es de manual, justamente) de agitar con el peligro de la “amenaza marxista”, generar dudas en la población y justificar la continuidad del régimen militar ante la necesidad de mantener el orden establecido, que sería entonces una necesidad artificial. Así fue cómo pergeñaron y ejecutaron el Atentado de Riocentro, que literalmente les explotó en la cara y no hizo más que acelerar el proceso de apertura democrática en Brasil.
En la noche del 30 de abril de aquel año, los sindicatos habían organizado un evento en Río de Janeiro para festejar el Día del Trabajador, que se conmemoraba al día siguiente. Estaban programados espectáculos musicales a realizarse en el centro de convenciones conocido como Riocentro y allí se habían reunido miles de personas al efecto. Entonces un capitán y un sargento del Ejército de Brasil se dirigieron al Riocentro con dos bombas, las que pretendían hacer explotar en el centro de convenciones generando una multitud de víctimas para luego responsabilizar a la oposición al régimen por el atentado, lo que sería el clásico atentado de falsa bandera. Pero mientras el coche manejado por el capitán Machado se encontraba estacionado en las inmediaciones del Riocentro, una de las bombas terminó explotando en su interior, hiriendo gravemente al propio capitán Machado y matando al sargento Pereira, que lo acompañaba.
Esa bomba que terminó con la vida del sargento Pereira estaba destinada a victimar a muchos de los 20.000 asistentes al acto conmemorativo por el Día del Trabajador en el Riocentro, pero explotó antes de tiempo. De haber tenido éxito en su misión, el capitán Machado y el sargento Pereira —vulgares terroristas con uniforme— habrían instalado en Brasil la idea de que en 1981 la inexistente “amenaza marxista” estaba al achecho y aquella dictadura hubiera tenido el pretexto ideal para suspender la transición democrática, intensificar la represión y seguir con el gobierno, que a esa altura era muy impopular por la destrucción de la economía nacional que estaba llevando a cabo.
No hay muchas diferencias en lo económico entre aquel régimen y el actual gobierno neocolonial de Argentina, salvo quizá porque este último es mucho más salvaje a la hora de aplicar el ajuste sobre los pueblos. Y tampoco es muy distinta la situación de clamor social por una transición que instale en el gobierno una fuerza política con capacidad de devolverles a las mayorías la dignidad que vienen perdiendo en los últimos años. El escenario es prácticamente el mismo y los mismos son los métodos del poder para mantener su vigencia a como dé lugar, aunque para ello fuera necesario desoír la voz popular e instalar una represión cuyos pretextos sean artificialmente generados, descolgados de toda realidad. Es de manual el modus operandi de agitar fantasmas allí donde no los hay para justificar una cacería y los argentinos, entonces, debemos mantener la calma y no subirnos a la ola de violencia que pretenden instalar. Al fin y al cabo, esas cosas cuando ocurren se pagan con sangre y normalmente la sangre que corre es la del pueblo. No lo podemos permitir.
Por Marco Antonio Leiva