Por primera vez, la Corte Interamericana de Derechos Humanos escuchará a una joven que fue víctima en su adolescencia de violaciones reiteradas de parte de un primo adulto, y a quien se le negó el acceso a justicia, en su país, cuando denunció el hecho.
Se trata del caso “Brisa De Angulo Losada contra Bolivia”. Las audiencias están convocadas para este martes y miércoles y se harán de manera virtual. “Mi gran sueño con esta demanda es lograr que una serie de reformas judiciales que venimos trabajando hace casi una década puedan enriquecer a los diferentes sistemas judiciales en la región, no solamente a Bolivia sino también a los otros países. Esto permitiría que gran cantidad de niñas y niños que están siendo víctimas de violencia sexual se sientan con más confianza para romper los silencios, denunciar, y buscar el camino de acceso a la justicia”, dijo Brisa de Angulo en una entrevista con Página 12, donde analizó “la cultura del incesto” y los mitos y estereotipos de género que la sustentan.
La autodefensa feminista como saber y como derecho
En diálogo con este diario, la joven de nacionalidad colombiana pero que se crió en Bolivia le envió un mensaje a Thelma Fardin: “Quiero que sepa que puede contar conmigo en lo que pueda ayudarle, que cada día somos más las que claramente decimos a los agresores y a los potenciales agresores que “ni una más va a quedar sola, luego de haber recibido una agresión sexual”.
Su caso pone en primer plano el extendido problema del incesto en la región y los obstáculos que enfrentan quienes han sufrido abusos intrafamiliares para denunciarlos y llegar a una condena.
A partir de su historia personal, Brisa fundó a los 17 años el primer centro en Bolivia para la atención integral de niñas y niños sobrevivientes de abuso. Su organización se llama “Una brisa de esperanza”. “Cuando empezamos con el programa la tasa de condenas era de 0,02 por ciento y ahora logramos un 95 por ciento de fallos condenatorios”, destaca. Pero por las amenazas que sufrió por involucrarse con este tema, dice, tuvo que mudarse de país y prefiere no decir dónde vive. Hoy tiene 36 años y se convirtió en activista contra la violencia sexual en Bolivia.
Su historia
Los hechos por los cuales sigue buscando justicia ocurrieron hace veinte años. Ella tenía 15, cuando un primo que la doblaba en edad fue a vivir con su familia, en la ciudad de Cochabamba, y durante nueve meses la violó casi a diario. Como consecuencia de la violencia sexual, desarrolló bulimia y anorexia y tuvo dos intentos de suicidio. “Pensaba que era mucho más fácil prevenir el dolor que mi familia iba a sentir al enterarse lo que estaba pasando. El quitarme la vida era eso, el deseo de llevarme el secreto a la tumba como lo hacen miles de adolescentes”, contó. Recién en ese momento pudo romper el silencio y contarles a su madre y a su padre lo que le estaba pasando.
Durante el primer juicio penal contra el presunto violador de Brisa, el juez insinuó que la adolescente no pudo haber sufrido violencia sexual porque no gritó y el fiscal amenazó con encarcelarla si salía a la luz alguna inconsistencia en su historia. Manifestó que aunque la historia de Brisa fuera cierta, debía permanecer en silencio porque sería cruel y egoísta revelar y arruinar la vida de su agresor enviándolo siete años a prisión. El tribunal dictaminó que era imposible que ella hubiese sido violada porque tenía una personalidad fuerte.
Según surge del expediente, Brisa soportó tres procesos penales en Bolivia, pero no obtuvo justicia en ninguno de ellos. Su agresor está libre, actualmente no vive en Bolivia y nunca estuvo preso. Por eso la joven llevó su reclamo a instancias internacionales. En 2017, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos emitió recomendaciones a favor de Brisa y reconoció que, al no proporcionar soluciones efectivas, Bolivia había violado sus derechos humanos. En agosto de 2020, remitieron su caso a la Corte IDH.
Brisa y su equipo legal –que cuenta con el respaldo de la ONG EqualityNow– están solicitando a la Corte IDH que ordene a Bolivia desarrollar una estrategia integral para abordar la violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes, especialmente el incesto. Esto incluye amplias medidas de prevención y para garantizar una administración eficaz de justicia, basándose en lineamientos que reflejen las mejores prácticas internacionales, y también piden que se elimine el requisito de “violencia física o psicológica adicional” de la ley de violación de Bolivia y que se agregue la presunta falta de consentimiento de cualquier denunciante menor de 18 años, si el acusado es mayor de 18 y existen más de cuatro años de diferencia de edad.
–¿Por qué cree que no le creyeron en su familia extendida y en su comunidad cuando denunció a su primo? –le preguntó Página 12 a Brisa.
–Esta pregunta justo nos ayuda a despejar uno de los mitos más horribles que hay en las situaciones de violencia sexual. La mayoría de la violencia sexual contra niños, niñas y adolescentes se comete por adultos dentro del mismo núcleo de la familia, lo que realmente se llama ‘violación incestuosa’. La cultura del incesto es una serie de valores, prácticas, normas y mitos que enfatizan cosas como la importancia de la lealtad a la familia, la importancia de los secretos familiares, la importancia de no confrontar o desafiar a las personas que tienen autoridad, especialmente a los varones, y muchas otras cosas que se juntan para que cuando comienza a destaparse un caso de una violación, todo el sistema familiar se activa para encubrir a toda costa al agresor y presionar a la víctima para que ésta no vaya a traer una vergüenza a la familia. Afortunadamente, todas las personas que me conocían en mi vida social siempre han sido extremadamente solidarias conmigo. Gracias a ellos y a la decisión valiente mi papá y mamá de no dejarse entrampar por la familia ampliada, estoy donde estoy.
–¿Sigue pasando?
–Sí. Desafortunadamente la cultura del incesto viene desde hace muchísimas generaciones, y ha logrado desarrollar múltiples mecanismos para silenciar a las víctimas y castigar a quienes las acompañan de generación tras generación. Por eso es importante que las víctimas rompamos el silencio y encontremos espacios seguros en instituciones y en el Estado donde podamos iniciar el proceso judicial para esclarecer el delito y la sociedad comience abrir los ojos porque es muy cruel y destructivo.
–¿Cambió algo en la justicia en estos años en Bolivia en relación al trato a las víctimas de abuso sexual?
–Sí, afortunadamente en los últimos 15 años están comenzando a darse cambios en los procesos judiciales para facilitar un poco el acceso a la justicia. Desafortunadamente estos cambios son lentos mientras que continúan destrozándose la vida de miles de niñas y niños en los mismos hogares. Es por eso que yo decidí ir a la Corte Interamericana con una serie de propuestas de reformas a los sistemas judiciales para crear espacios seguros de denuncia, como también para desarrollar estrategias innovadoras basadas en evidencias para prevenir esta clase de delitos.
–¿Conoce la denuncia de Thelma Fardin por violación contra el actor argentino Juan Darthés?
–Sí, la conozco. Este es otro ejemplo de lo difícil que es para una víctima de violencia sexual tener acceso a la justicia. Thelma es una mujer muy valiente, que rompe los silencios en nombre de todas las adolescentes que nunca han tenido, ni tendrán oportunidad de poder ser escuchadas y de contar el gran sufrimiento que arrastran por las agresiones sexuales que han recibido. Por su denuncia muchas adolescentes tendrán esperanza de que un día la justicia les facilite la restitución de sus derechos y el acceso a la justicia. Quiero que sepa que puede contar conmigo en lo que pueda ayudarle, que cada día somos más las que claramente decimos a los agresores y a los potenciales agresores que “ni una más va a quedar sola, luego de haber recibido una agresión sexual”.
–¿Por qué cree que todavía está tan naturalizada la violencia sexual en nuestra región?
–La violencia sexual en la región, como también en otras, en diferentes culturas, ha sido la herramienta más efectiva para continuar reproduciendo las relaciones de dominación-subordinación de los hombres sobre las mujeres. Este es uno de los componentes más grandes de la cultura del incesto para permitir las relaciones de dueñaje de varones adultos con poder sobre niños y niñas vulnerables por sus condiciones de dependencia, necesidades afectivas, relaciones de subordinación etc.
–¿Cómo piensa que se puede modificar ese entramado cultural?
–Son bastante las cosas que tenemos que transformar para ir desmontando la cultura del incesto. Por ejemplo, es prioritario acabar con los estereotipos tóxicos de género que crean todas las condiciones para la utilización de la mujer y el desarrollo de una identidad disfuncional y enfermiza en varones para que puedan probar su hombría a través del dueñaje sobre los cuerpos, las emociones, las ideas, los sueños y aun sus partes más íntimas como un mecanismo para poder creer que ya se están convirtiendo en hombres. Otros componentes son los procesos educativos en las escuelas, los sistemas judiciales que den acceso a la justicia a las víctimas, el rol de los medios masivos de comunicación.
Fuente: Página 12