por Gabriela González Alemán (*)
Disfrutar la vida y hacerlo con felicidad, depende de lo que hagamos aquí y ahora. De cómo encaremos cada día, y hacerlo con generosidad y gratitud es una excelente forma para garantizar un resultado de bienestar.
Cuando hablamos de generosidad solemos pensar en compartir bienes materiales. De ser así, como la generosidad es esencial para una vida feliz, ser feliz dependería del dinero.
La buena noticia es que la generosidad no tiene por qué costarnos. Supone compartir con los demás de manera espontánea, pero no se trata de compartir dinero. Ofrecernos para la escucha de las necesidades de una persona amiga, compartir una caminata con alguien, llamar a un familiar para preguntarle cómo está, felicitar a un compañero de trabajo por un logro, son comportamientos que implican generosidad.
Al igual que la gratitud, la generosidad desactiva los centros cerebrales que producen ansiedad, preocupación y estrés cuando nos sentimos en peligro. Aunque parezca increíble, nuestro cerebro piensa que estamos en peligro en situaciones de absoluta seguridad. Si pensábamos llegar de día, pero llegamos de noche o si una puerta se golpea, nuestro cerebro activa estos centros automáticamente y nos pone en alerta para afrontar un peligro, generándonos ansiedad. Estos centros se desactivan cuando actuamos de manera generosa y con gratitud.
El agradecimiento es un pariente muy cercano de la generosidad. Agradecer supone reconocer, generosamente, el valor en lo que nos rodea y por eso, para sentir agradecimiento, tenemos que ser conscientes de nuestro entorno. Si estamos ensimismados en nosotros mismos, es posible que lejos de estar predispuestos a agradecer, estemos con la mirada puesta en lo que nos falta y a un paso de sucumbir en el egoísmo, la ansiedad y el descontento.
Cuando prestamos atención a lo que nos rodea, se abre la oportunidad para sentirnos agradecidos. Ser conscientes de dónde estamos y de aquello con lo que contamos es un acto de atención indispensable para que apreciemos nuestras posesiones y también nuestros afectos.
Practicar la generosidad y la gratitud disminuye la actividad del cortisol, la hormona del estrés, y aumenta la producción de dopamina, un neurotransmisor vinculado a las sensaciones de placer y por eso, dar y agradecer son objeto de disfrute y de relajación.
Ser generosos y agradecidos nos ayuda a producir mayor cantidad de emociones positivas y nos da herramientas para el manejo de las emociones negativas. En este sentido, nos ayuda a perdonar. Podemos recordar los males que nos han hecho, pero perdonarlos nos permite seguir adelante, integrando las ofensas recibidas y partiendo hacia un mundo emocional más saludable y con menos estrés.
Vale recordar que la afinidad por perdonar incluye perdonarnos a nosotros mismos. Esto nos facilita entender que no somos perfectos y que lo importante es intentar reparar al máximo nuestros errores.
Todas estas ventajas de dar y de agradecer nos relajan, disminuyen la ansiedad y, como consecuencia, mejoran el sueño y nuestras relaciones con los demás. No se trata solo del placer que producen en nuestra química cerebral; también se traduce en una mejor salud, un control emocional inteligente y buenos vínculos afectivos con quienes nos rodean.
Para terminar, una forma inmediata para empezar a generar el hábito de agradecer es armar un “frasco de gratitud”. Si todas las noches escribimos lo bueno que ocurrió en el día y lo guardamos, estaremos obligándonos a empezar a prestar atención al entorno y evitaremos que los hechos del día se nos pasen sin que podamos advertirlos.
Si queremos ser felices en 2023, no esperemos a ver si cumplimos los objetivos planteados. Hagamos nuestra ruta en el día a día, con un poco de gratitud y otro poco de generosidad.
(*) Dra. en Genética del Comportamiento (MN 33343) y fundadora de Brainpoints.