En las últimas horas hemos sido testigos de la monstruosidad de un esquema de poder que creímos terminado al finalizar la última dictadura cívico-militar. El terror como mecanismo de control ha evolucionado y en vez de amedrentarnos por las armas y la muerte (al menos como acción generalizada y sistemática), la manera que ha desarrollado y perfeccionado el gobierno de Cambiemos se basa en el hostigamiento, en la persecución y en la proliferación de las injurias para destruir la dimensión espiritual de los individuos. En otras palabras, la manera que han encontrado de someter voluntades es mediante una guerra psicológica en la que nos ponen a defendernos de aquello que no somos, para que no tengamos tiempo de accionar aquello que, en efecto, nos guía y determina.
Puntualmente, el video que publicó Cristina por la situación de su hija Florencia marcó un quiebre en la batalla que venía dándose de manera pública entre aquella y el poder judicial, ya que hoy quien habló no fue la política, sino la madre que salió a ponerle un límite a las garras de la bestia. Porque, finalmente, detrás de cada uno de nosotros lo que existe y prevalece es un ser humano, un sujeto de derecho que tiene emociones y problemas como cualquiera, pero que muchas veces en la vorágine de los tiempos que vivimos en los que se está disputando el futuro de la Patria toda, perdemos de vista y dimensión. Pero hoy Cristina no sólo le habló a los que interpeló directamente en dicho video, sino que nos llamó a todos a la reflexión sobre los límites del poder y la maldad. Y esto nos lleva a preguntarnos: ¿Hacia dónde vamos como sociedad?
Porque podemos pasar horas discutiendo quién es o debería ser el candidato, los alcances y posibilidades de los modelos y proyectos para el gobierno que queremos constituir, las diferencias y coincidencias que tenemos a la hora de plantear la estrategia electoral e incluso podemos debatir extensamente acerca de cómo vamos a persuadir compatriotas para asegurarnos una victoria en octubre. Pero el apuro y la presión que quienes detentan el poder en este momento son tan intensos que lejos de poder llevar todas estas discusiones por fuera de nuestros círculos de confianza, a la hora de enfrentarnos con el otro al que queremos convencer nos encontramos con que la distancia que nos separa se sigue extendiendo. Y el pedido de esta madre que es, además, la expresidenta de la Nación y la dirigente que hoy nos despierta más ilusiones a muchos peronistas, hoy nos puso de frente ante la cruel realidad que nos atraviesa como sociedad: nos están dominando con el odio.
Y es tan fuerte y profundo ese odio que nos han contagiado que a sabiendas de que acá estamos hablando de la vida de una joven que se está consumiendo como consecuencia de una batalla librada en venganza por los 12 años en los que el poderoso perdió parte de sus ingresos para que los recibiera todo el pueblo, no es más que un daño colateral de una disputa por dinero que pareciera nunca acabar. Hoy la vida de Florencia Kirchner es medida por muchos en pebeíses “robados”, la existencia de una persona es tan abstracta como un container enterrado en la Patagonia, como un avión lleno de dólares, como una bóveda en una propiedad en el sur. Hay una parte de nuestra sociedad que, taladrada hasta el hartazgo con ideas infundadas repetidas de manera sistemática hasta hacerlas carne, cual describiera Aldous Huxley en ‘Un mundo feliz’ donde decía, antes que Goebbels, que “sesenta y cuatro mil repeticiones hacen una verdad”, ha perdido de vista lo que significa tener humanidad.
La empatía, la solidaridad, los límites entre lo público y lo privado, todo está mezclado y perdido entre mareas enormes de información parcializada, de animosidad desmedida, de operaciones de sentido explícitas. Porque, como dijera la propia Cristina en el Senado mediando el año 2018, “les han llenado la cabeza para vaciarles los bolsillos”. Porque mientras el juez Ramos Padilla denunciaba una red de espionaje internacional sin precedentes, hecho que debería haber sido, mínimamente, el acontecimiento de la década, los medios de difusión hegemónicos pasaban de largo hacían foco en otras cuestiones, que son las que al poder le interesa que parte de la población consuma para terminar de no comprender lo que nos está pasando. Y luego de una puesta en evidencia del funcionamiento del esquema de poder que nos rige, una madre pide que dejen en paz a su hija y, en respuesta, los operadores salieron a profundizar la fragmentación en torno a la salud de la hija de quien hoy parece ser la mayor enemiga del poder en nuestro país. ¿Y qué resulta de todo esto? Resulta que seguimos sin hablar de la economía que va camino al desastre total, seguimos sin poder discutir las políticas que nos han llevado estrepitosamente al abismo, seguimos sin poder explicar que detrás de todo esto hay un plan de saqueo descomunal que está llegando a su etapa final y eso significa que, al finalizar, vamos a quedar en una situación tan compleja que sólo el peronismo podrá, como ya lo ha hecho, levantar a la Argentina de entre los escombros.
Pero más que eso, estamos perdiendo de vista nuestra propia deshumanización. Nos estamos acostumbrando al horror, estamos normalizando que nos ataquen y nos humillen, estamos adormecidos ante el espanto al punto que una cuestión de salud es reprochable y motivo de las sospechas más delirantes, hoy todas ellas factibles de ser consideradas una realidad por causa de esta enajenación que nos invade como una infección que pareciera no parar de expandirse. Y ya no podemos decir que “el amor vence al odio”, porque lo cierto es que no alcanza con amar ni mucho menos con estar dispuestos a poner la otra mejilla; nada de eso sirve cuando el otro está, en verdad, odiándose tanto a sí mismo que es capaz de tolerar las más bajas humillaciones con tal de que “no vuelvan más”. Y si no asumimos eso, si no podemos ver que estamos en un momento crítico en el que los valores morales y éticos ya no circulan entre una parte importante de nuestra sociedad, entonces no tendremos la capacidad de llevar adelante el proyecto de país que nos devuelva a todos la capacidad de sentir algo bueno y a partir de ahí empezar a soñar otra vez.
Ya no alcanza con que nos vengan a proponer un sueño, porque ya hemos soñado y hemos visto a nuestros sueños volverse realidad. Hoy lo que necesitamos es que nos inviten a construir un país, una patria en la que seamos capaces de deshacernos de todo este odio, de esta angustia que cada día sentimos más profundo en el pecho, una Argentina en la que no sigamos creyendo que entre nosotros pueden coexistir otros que, como en los tiempos de Perón, vuelvan a celebrar que uno de los nuestros enferme. Porque ya lo hicieron con la muerte de un argentino decente como Héctor Timmerman, a quien presionaron tanto que terminó enfermando y a quien, luego de enfermo, siguieron hostigando para que no pudiese siquiera tratarse, empujándolo hacia el fin de su vida por causa de sus convicciones y de su defensa acérrima de la verdad y la justicia. Ya agotaron la vida de uno de los nuestros y están haciendo lo mismo con los que tienen detenidos para que no molesten, ya probaron sangre y ahora van por más. Y nosotros no podemos ni debemos acostumbrarnos a esta falta de humanidad, porque cuando dejamos de vernos, estamos condenados a nuestra propia destrucción. Que no nos ganen el corazón, hoy más que nunca, ni olvido ni perdón.
Opinión, por Marco Antonio Leiva, referente de Identidad Peronista