El siguiente testimonio corresponde a la organización social La Poderosa de Mar del Plata.
Arrancó la primavera y de a poco, el barrio Las Dalias se empieza a llenar de colores. Aun así, todavía sentimos el impacto de uno de los inviernos más duros para Mar del Plata. Podrán ustedes imaginar, que si los efectos de la pandemia fueron fuertes en toda la sociedad, en los barrios populares pegaron doblemente. La falta de acceso al agua potable, la falta de acceso a un sistema de salud que dé respuestas, el desempleo, y el hambre, son problemas que se profundizaron muchísimo durante este tiempo. Pero el problema no es la pandemia: con o sin pandemia el barrio siempre está en emergencia. Acá la verdadera pandemia es la desigualdad. Porque no hay, no llegan o no alcanzan las políticas públicas para nosotros y nuestras familias.
Lamentablemente, lo que la pandemia hizo fue ponerle el acento a un montón de cuestiones que ya veníamos sufriendo. Por ejemplo, la falta de agua potable en el barrio siempre fue un problema, pero con la presencia del coronavirus el simple hecho de poder lavarse las manos se volvió de vida o muerte. Todavía hay un radio de 30/20 cuadras que no tienen acceso a la red de agua potable ni gas natural en el barrio. En ese espacio somos muchas personas que en el mejor de los casos tenemos agua de pozo y en el peor debemos recorrer varias cuadras por día llenando baldes en alguna canilla prestada. Y así se fue nuestra compañera Ramona Medina, gritando y pidiendo por agua, agua que nunca llegó. Hoy la recordamos en nuestro centro cultural que lleva su nombre.
También el cierre de actividades golpeó muchísimo al mercado laboral de Mar del Plata, hoy la quinta ciudad con más desempleo de todo el país. Según el INDEC, somos 122 mil personas con problemáticas de empleo en “la feliz”. Sumado a un constante aumento de precios y una canasta básica que quedaba cada vez más lejos de los bolsillos de las vecinas y vecinos, tuvimos que parar una olla popular. Vimos en 6 meses duplicarse la cantidad de familias que se acercaban para recibir un plato de comida o pidiendo una botella de lavandina para poder higienizarse, pasando de 150 a 300 personas. A la olla tuvimos que sumarle la asistencia con bolsones de mercadería porque la situación alimentaria sigue siendo crítica y los programas -al igual que las políticas públicas- quedan por detrás, y no llegan a acompañar lo que hacemos. Hoy, el ingreso promedio por hogar en nuestros barrios según el relevamiento de nuestro Observatorio Villero (mayo 2021) es de $23.750, casi un tercio de la Canasta Básica Total para una familia de 5 integrantes ($71.899 Indec 08/2021). Las compañeras de nuestra Asamblea, como muchas otras, se cargaron al hombro la tarea de transformarse, sin recursos ni reconocimiento salarial por parte del Estado, en cocineras y en agentes de salud comunitarias. Tenemos más de 1500 trabajadoras sosteniendo comedores, merenderos y ollas, de los cuáles, sólo la mitad accede a un Potenciar ($14.040), mitad del Salario Mínimo, que hoy es $28.080, y en 154 comedores/merenderos, alimentamos a más de 40 mil personas. Lavar verduras sin agua corriente, cocinar sin gas, pero sobre todo poner el cuerpo horas y horas sin ningún reconocimiento salarial, fueron y siguen siendo los desafíos en los barrios.
Pero, ¿por qué decimos que estamos en emergencia? Más allá de todo lo que implicó la pandemia, en cuanto a profundizar las desigualdades en acceso a la salud con salitas colapsadas e imposibilitadas de dar respuesta, otro problema que aumentó y concierne a la salud pública es el consumo de drogas. En total en todo Mar del Plata hay 4 solo dispositivos de Sedronar.
Actualmente no existe ningún dispositivo especializado en la atención de consumo problemático en el barrio, ni del estado o índole privada. Pero la realidad del barrio reclama mucho más. En Las Dalias el consumo de drogas es una problemática que no solo le cabe a un sistema de salud que parece no tener recursos para la recuperación, el tratamiento y la prevención de los consumos problemáticos.
En contexto de carencia, donde la norma es el desempleo o el trabajo informal remunerado miserablemente ¿Cómo hace una persona en recuperación que se encuentra en el barrio, sin dispositivos de acompañamiento, sin extensión de ningún tipo para lograr inserción laboral, sin opciones; para mantenerse fuera del círculo de la droga?
Muchas vecinas y vecinos terminan involucrados en este círculo, porque ante la desesperación de no poder llevar un plato de comida a su familia, o pañales a sus hijas e hijos empezaron a participar en la venta. Este involucramiento suma un doble escenario de vulnerabilidad para muchas familias, que quedamos también expuestas a situaciones de violencia entre grupos delictivos. Está tan presente este tema, que en nuestro Centro Cultural Ramona Medina, un grupo de compañeras, madres y vecinas del barrio nos organizamos para darle un espacio a los pibes y pibas del barrio de la zona donde más fuerte azota el problema del consumo.
Autogestionamos recursos para brindarles una vez por semana a más de 80 pibes y pibas una jornada recreativa. Recorrimos el barrio, acercando a las niñas y niños para organizar partidos de fútbol, espacios de juego, mesas de manualidades, merienda. Pero lo más importante es la tarea de contención que la jornada implica, la posibilidad de que las pibas y pibes tengan un espacio de acompañamiento y pertenencia, donde reciban atención, cariño y vean que hay mucho más que lo que encierran las esquinas con mala fama del barrio. Pero más allá de nuestra buena voluntad, hay un límite que tenemos, y lo reconocemos, por eso, nunca dejamos de exigir políticas públicas que aborden el tema con seriedad. Necesitamos espacios de recuperación y contención para nuestras pibas y pibes.
De a poco atrás van quedando restricciones, y nos hablan de la “nueva normalidad”. Y nosotros no podemos más que preguntarnos ¿De qué novedad nos hablan? Acá en el barrio seguimos con luchas históricas, con una normalidad de carencias básicas y acostumbrados a no aparecer en la agenda de ningún político.
La pandemia requirió muchísimas responsabilidades civiles; pero ¿qué responsabilidades asumió el estado para asegurarnos agua y comida? Nuestra normalidad incluye la pérdida de Ramona Medina, que murió pidiendo agua allá por marzo del 2020 y su lucha la continuamos miles de compañeras. En el barrio seguimos necesitando que el Estado esté presente con políticas concretas. Necesitamos que nos piensen con la urgencia que estamos viviendo, que piensen soluciones y no medidas que vienen a emparchar. No queremos una bolsa llena de harina, necesitamos tener la oportunidad de acceder a lo básico y vivir dignamente en nuestro barrio.