La reciente polémica en torno a la vida privada de la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, puso de manifiesto la doble vara que existe en el mundo a la hora de juzgar a las mujeres en el poder, quienes a diferencia de sus pares hombres se ven constantemente obligadas a justificar su presencia y capacidades para el cargo.
“Hay infinitos casos donde los hombres han estado en el ojo de la tormenta por cosas mucho peores, como lo de (Silvio) Berlusconi en Italia hasta lo de (Bill) Clinton, que sí fueron realmente casos de escándalo, no esto. Sin embargo, el tratamiento fue muy distinto”, dijo la analista política Bárbara Bravi.
La controversia en torno a la mandataria socialdemócrata, de 36 años, se desató la semana pasada luego de que se filtraran unos videos en los que se la veía bailando y cantando en una fiesta con amigos, que tuvo lugar un fin de semana de julio en el que no tenía agenda gubernamental.
Portales de extrema derecha y políticos opositores salieron a criticarla e instalaron la teoría de que la dirigente habría consumido estupefacientes, algo que fue amplificado por los medios de comunicación.
Si bien Marin negó tales afirmaciones, la presión fue tal que se vio forzada a hacerse una prueba de consumo de drogas, que pagó de su bolsillo.
“Por mi propia protección legal, aunque considero que la exigencia de un test de drogas no es razonable, me he sometido a una prueba para borrar tales sospechas”, dijo en conferencia de prensa.
Aunque el resultado dio negativo el pasado lunes, un día después estalló un nuevo escándalo tras difundirse una foto de una velada en la residencia oficial, en la que dos amigas posaban besándose y ocultando sus senos con un cartel que decía “Finlandia”.
La premier se disculpó por esta foto “inapropiada”, pero afirmó que “nada extraordinario” ocurrió esa noche.
Al borde de las lágrimas, defendió su derecho a tener una vida privada: “Soy un ser humano. A veces también aspiro a la alegría, a la luz y al placer en medio de estos oscuros nubarrones”, declaró, con voz trémula, durante un acto organizado por su formación.
“Quiero creer que la gente observa lo que hacemos mientras trabajamos en lugar de lo que hacemos en nuestro tiempo libre”, sentenció, tras admitir que la semana pasada fue “bastante difícil”.
Marin, quien en 2019 asumió como la primera ministra más joven de la historia de Finlandia, se ha destacado por su gestión de la pandemia y, más recientemente, por haber impulsado en el marco de la guerra de Ucrania la entrada de su país a la OTAN, que supuso un giro político rotundo tras décadas de neutralidad.
“Me parece por demás significativo esto de meterse con su vida privada para tratar de impactar en lo político y en la política internacional porque de alguna manera es tratar de cuestionar algo que no tiene por qué ser cuestionado”, indicó Mariel Lucero, docente en la Universidad Nacional de Cuyo.
La especialista, que integra la Red de Politólogas #NoSinMujeres, señaló que cada vez que una mujer desempeña un cargo político alto y su gestión es contundente, su legitimidad es cuestionada con elementos ajenos al desarrollo de su profesión, como la apariencia, la sexualidad o la salud.
“Esto es histórico, no es nuevo”, dijo y mencionó el caso de Juana “la Loca” de España.
En la misma línea se pronunció Dulce Chaves, coordinadora del Centro de Estudios de Género(s) y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata, al explicar que la mujer que participa en la arena política es percibida por el sistema como una “desacatada”, una “rebelde”, una “usurpadora”.
Si bien precisó que no todas las mujeres en puestos de poder tienen una mirada feminista, aseguró que el hecho de ocupar un “lugar enunciativo, representativo y de toma de decisiones tantos años vedado” tiene una gran importancia simbólica y material, a la vez que supone una provocación para ciertos sectores.
“Las mujeres fuimos constituidas como clase política periférica (…) Y en ese sentido, las que se atreven a dar ese paso hacia esos espacios tan masculinizados van a tener un disciplinamiento patriarcal que puede ser mediático, económico, específico de violencia política o estética”, manifestó en diálogo con Télam.
Según las expertas consultadas, el sustrato cultural de este problema es el patriarcado, que sostiene estereotipos de género al limitar el rol de las mujeres al ámbito privado, mientras que la esfera pública -vinculada a áreas de saber y poder- se asocia a los varones.
“Las mujeres son juzgadas como políticas y como mujeres. Tienen que cumplir tanto los ideales de lo que es ser mujer como los ideales de lo que es ser política”, dijo Nina Nyman, profesora en la Universidad Abo Akademi de Finlandia.
En cambio, expresó que los hombres son vistos como “neutrales” y son juzgados principalmente por su trabajo y no por su conducta privada. No obstante, precisó que cuando su vida privada alcanza la esfera mediática tienen mayor margen de acción que las mujeres.
“Imagínese a una política diciendo como (Donald) Trump que ‘agarra a un hombre por las pelotas’ y luego simplemente se encoge de hombros diciendo que es una ‘charla de vestuario'”, dijo en relación a uno de los comentarios misóginos del exmandatario estadounidense.
Ejemplo de ello es también el caso del premier británico, Boris Johnson, quien se vio envuelto en un escándalo por hacer fiestas durante el confinamiento por Covid-19, pero nunca se le cuestionó el hecho de celebrar o consumir alcohol o drogas.
En el caso de Marin, la doble vara es incluso más fuerte por su juventud, ya que durante siglos la política estuvo reservada a los hombres de mayor edad, destacó Lucero.
“Y estamos hablando de la sociedad finlandesa, donde el tema de la equidad de género es mucho más fuerte en políticas reales en la sociedad y, sin embargo, se están cuestionando estas cosas. Hay como un doble discurso”, añadió.
En ese sentido, Nyman afirmó que Finlandia “todavía no es un país igualitario”: “Pocas personas cuestionan que las mujeres puedan ser líderes, pero cuando lo son se cuestionan las otras cosas que también deben ser y así es como persiste la visión machista”, opinó.
También Bravi destacó la “hipocresía” de esta sociedad en transición, donde las mujeres suelen tener acceso a cargos electivos, pero son pocas a la hora de sentarse en mesas de toma de decisión.
Chaves, en tanto, lamentó que a los varones se les siga perdonando ser “ignorantes, corruptos o racistas”, mientras que a las políticas se las lleva a disculparse por estar en un lugar destinado a los hombres y no haber respetado ese deber ser previsto para las funcionarias socialmente aceptadas.
“Marin dijo ‘Soy un ser humano, a veces también aspiro a la alegría’ en una suerte de defensa y es muy fuerte porque las mujeres tenemos que seguir recordándole al mundo que somos humanas y que, como tal, tenemos derechos y también tenemos el derecho de equivocarnos, si fuera el caso”, concluyó la académica, tras recordar que recién en 1993 las mujeres adquirieron la categoría de seres humanos para el derecho internacional público.