Por Gustavo Casciotti.
Se celebran como logros el superávit fiscal y la baja de la inflación, pero esos supuestos verdes encierran las causas de la mayoría de los rojos económicos y sociales.
Si bien la curva inflacionaria es descendente, desde un 25,5 % autoinfligido por la brutal devaluación de diciembre que se fue íntegramente a precios, recién en setiembre se logró perforar el 4 %, que resulta elevadísimo si consideramos que se logró a costa el desplome del consumo, vía licuación de salarios y jubilaciones.
Así lo demuestra un reciente informe del FMI que ubica al país 4° en el ranking mundial de inflación.
Por su parte el propio Fondo reconoce que la caída del PBI para este año será del 3.5 %, debido al impacto del plan de ajuste (léase para garantizar el superávit) y prevé una inexplicable recuperación del 5 % que en el mejor de los casos sería sólo posible al efecto rebote y por unas pocas actividades que continuarían arriba del bote a costa de la mayoría cuyas caídas aún no han encontrado el piso y se mantendrían debajo de la línea de flotación.
- El correlato de este diagnóstico se evidencia en el aumento del desempleo, la pérdida de 12.870 empresas y de 260.000 puestos de trabajo formales y el aumento de la pobreza, que para los niños llegó al 58 %.
Ésto impacta de lleno en la educación, ya que profundiza el alto ausentismo, la deserción escolar, dificulta el desarrollo cognitivo, la creación de capital humano y la movilidad social ascendente.
A contramano de las políticas más obvias y generalizadas a escala mundial, que recomiendan paliar la situación de deterioro educativo con más inversión, en estos lares la desfinanciamos y le recortamos recursos en pos de un superávit fiscal inconducente, generado sólo por recorte del gasto y no por incremento virtuoso de ingresos, que no derrama en la economía real, en donde los trabajadores y las pymes se quedan con la ñata contra el vidrio.