El joven, cuya muerte se confirmó este miércoles, tenía una fuerte relación con el deporte, la música y la militancia.
“La persona más alegre que vi en mi vida”, supo definir Cristina Castro a su hijo Facundo, cuya muerte hoy fue confirmada en un hecho donde se sospecha del accionar delictivo de la Policía Bonaerense, ya que fue visto por última vez en un control de esa fuerza de seguridad en la localidad de Mayor Buratovich.
El joven que tenía 22 años al momento de su fallecimiento creció en la localidad de Pedro Luro, en el sur de la provincia de Buenos Aires. Desde pequeño, y de la mano de su madre, Facundo comenzó a disfrutar de los deportes: Cristina jugaba al vóley y él también comenzó a hacerlo.
Pronto se sumó también el fútbol y el amor por Boca Juniors. En su cuenta de Instagram, como marca de identidad, pueden verse los colores azul y oro, y la leyenda “all we need is love”, indicio del alma amigable de la que todos sus allegados hablan. Selfies y fotos sonrientes junto a familiares y amigos se juntan en sus redes sociales, como en las de todo chico de su edad.
Pero el deporte no era su única pasión. La música también hacía latir el corazón de Facundo de la mano de su fanatismo por el metal y el hip hop, y se sumó a una batucada que participó de las manifestaciones pidiendo por su aparición semanas atrás en Pedro Luro.
Esa marcha, multitudinaria, fue una gran muestra del cariño que Facundo despertaba en sus allegados. Además de sus familiares -su abuelo, sus hermanos Alejandro y Lautaro- también se sumaron amigos de años como Leandro y Vanesa.
Conciencia social
Fue de la mano de sus amistades que el joven comenzó a militar en el grupo Jóvenes con Memoria de Villarino, cuyo trabajo se centraba en la recuperación histórica de los hechos de violencia de la última dictadura cívico-militar.
Tal como supo relatar Cristina, Facundo Astudillo Castro participó en la elaboración del primer libro sobre desaparecidos en el distrito y participó de un encuentro provincial sobre el tema en ciudad de Chapadmalal.
La lucha contra la violencia institucional también atraía al joven, encendida por sus frecuentes roces con la Policía de la provincia de Buenos Aires, que en ocasiones lo hostigaba cuando estaba en compañía de sus amigos.
“Con los chicos habían hecho una canchita a la que iban policías a hostigarlos”, recordó Cristina. “Paraban el patrullero y les decían: ‘ustedes son chorros, son drogones’ y les pegaban sopapos y patadas en el culo. Para ellos era un deleite que todas las mamás del semillero y la batucada vivimos en carne propia”.
Poco antes de su desaparición, Facundo había roto una relación sentimental que su madre definió como “tóxica” y que lo había llevado a mudarse temporalmente a Bahía Blanca.
Luego de separarse, volvió a Luro y consiguió trabajo en una cervecería artesanal. Sin embargo, a partir del cierre impuesto por la cuarentena, decidió intentar recomponer el vínculo con su ex novia.
Y fue ese regreso a Bahía Blanca el que terminó con su encuentro con la Policía bonaerense, su desaparición y, ahora, la fatal confirmación de que Facundo esta vez ya no volverá.