La designación del juez Sergio Moro como Ministro de Justicia y Seguridad Pública del futuro gobierno de Jair Bolsonaro se transformó ayer en la apuesta más fuerte del militar ultraderechista.

Es una señal hacia adentro del país y también hacia afuera, aunque no se trate de un canciller.

El magistrado federal de Curitiba que encarceló al ex presidente Lula aceptó la invitación a integrar el gabinete casi exactamente dos años después de haber declarado que “jamás entraría a la política”.

Su designación refuerza la teatralización de la lucha contra la corrupción en Brasil, de la que Moro se convirtió en un emblema. No importó de qué modo fuera, si con pruebas endebles o una mirada selectiva sobre los imputados. En cualquier caso, el éxito de su gestión estuvo apoyado en cómo consiguió vincular de manera casi exclusiva, el escándalo de las coimas en el Lava Jato con el PT.

Los grandes medios lo amplificaron. Pero además de ese mensaje interno, su confirmación como ministro es un indicio de que Estados Unidos colocó a uno de los suyos en la cúpula del Estado que está modelando a su imagen y semejanza el presidente electo.

Moro se valió de un comunicado para hablar sobre su nombramiento. Llamó a la invitación de Bolsonaro como “honrosa” y adelantó que el foco de su futura gestión se basará “en el combate del crimen organizado y el lavado de dinero”. También se permitió decir que “en la práctica, significa consolidar los avances contra el crimen y la corrupción de los últimos años y apartar riesgos de retrocesos por un bien mayor.

La Operación Lava Jato seguirá en Curitiba con los valerosos jueces locales”. Asimismo, el presidente electo justificó su designación: “Él está imbuido de servir a la patria en el combate contra la corrupción y el crimen organizado” y adelantó que Moro “tendrá amplia libertad para escoger a sus colaboradores”.

El juez que ocupará una cartera clave en el gobierno que asumirá el 1º de enero se contradijo de manera notoria al asentir la convocatoria de Bolsonaro. El diario Folha do San Pablo se lo recordó ayer. Evocó un artículo que publicó en su portada el 5 de noviembre de 2016 titulado “Jamás entraría en la política” en el que Moro hizo una serie de declaraciones que ahora lo dejan en offside. La periodista Sarah Mota Resende transcribió partes del reportaje que le realizó su compañero Fausto Macedo y en el que el futuro súper ministro decía “no, jamás, jamás. Soy un hombre de la Justicia y sin cualquier demérito, no soy un hombre de la política”. Además sostenía de esta última que “es otro tipo de realidad, de trabajo, de perfil.

Entonces no existe jamás ese riesgo” de que pudiera abandonar la Justicia para saltar a un cargo como el que aceptó en la residencia de Bolsonaro, después de un encuentro en el que también participó el otro súper ministro Paulo Guedes, responsable de Hacienda.

Moro nació en Maringá, ciudad del Estado de Paraná, el 1º de agosto de 1972. Su labor como juez la desarrolló en Curitiba y desde el fuero federal cobró fama por su intervención en el Lava Jato.

La condena y orden de arresto que firmó contra el ex presidente Lula le permitieron construir su imagen de magistrado severo y ajeno a los vaivenes políticos, aunque todo eso se derrumbó con su ingreso al gabinete ministerial del presidente electo. Ahora los abogados del PT estudian presentar varia denuncias contra él por manifiesta animosidad política. El juez al menos se diferencia de Bolsonaro en un aspecto.

No reivindica a la dictadura militar brasileña y sus crímenes. También elogió a los juicios por delitos de lesa humanidad realizados en la Argentina.

Pero además su historia es la de un juez que mientras ejercía la magistratura desde el sur de Brasil, también se formaba en Estados Unidos, donde modeló su perfil jurídico y también ideológico. Son incontables los viajes que realizó a EE.UU para asistir a cursos y brindar conferencias.

Esa relación tan próxima con los estadounidenses levantó sospechas sobre que habría algo más que un vínculo profesional. La prestigiosa filósofa brasileña de la Universidad de San Pablo, Marilena de Souza Chauí, declaró en julio de 2016 que Moro había sido “entrenado por el FBI” para atender los intereses de EE.UU en el Lava Jato. El video donde señalaba ese antecedente tuvo más de 160 mil visualizaciones y estimuló debates entre historiadores, juristas y sociólogos brasileños.

Pero no solo Chauí sostuvo que el juez es funcional a esa estrategia de Estados Unidos en Brasil. Su hipótesis tiene respaldo en un documento de Wikileaks del 30 de octubre de 2009.

En ese paper Moro es citado como participante de una conferencia realizada en Río de Janeiro por el programa Bridges (puentes en castellano) vinculado al Departamento de Estado y que perseguía como objetivo “consolidar la formación para la aplicación de la ley”.

Según el portal Jornalistas Libres de Brasil, el juez entendió que su preparación académica dentro y fuera del país le podía permitir tomar ciertas medidas desde su juzgado sin estar demasiado ajustado a derecho: “Moro determinó en 2007 la creación de documentos de identidad falsos y la apertura de una cuenta bancaria secreta para uso de un agente policial estadounidense en Brasil, en una investigación conjunta con la Policía Federal.

Especialistas en Derecho Penal apuntaron ilegalidad en la acción determinada por el juez paranaense. Recuerde el caso”, señaló en otro artículo el sitio Brasil de Fato el 5 de junio de 2017.

El futuro ministro también es un asiduo conferencista de la Red Internacional Laureate, una de las instituciones educativas y privadas más poderosas en Estados Unidos que compró varias universidades en Brasil. Cotiza en bolsa y como dato de color, Donald Trump la cuestionó por sus lazos con Bill Clinton, quien recibió 16,5 millones de dólares de Laureate en los años 2010 y 2014.

Moro es profesor de la universidad de esa red que está ubicada en Curitiba. Desde ahí solía defender hasta hoy las prisiones preventivas como las que aplicó en el marco del Lava Jato, inspirado – según él – en la Operación Manos Limpias de la Justicia Italiana. Este es el perfil del nuevo ministro de Justicia que eligió Bolsonaro.
Por Gustavo Veiga-P12