Tras dos décadas de su suicidio, las especulaciones sobre su cuerpo persisten.
Nunca se difundieron las fotos del cadáver ni la totalidad del expediente de la causa.
A 20 años del suicidio de Alfredo Yabrán, persisten las especulaciones sobre los detalles de su muerte y lo ocurrido con su cuerpo.
Hasta la fecha, jamás se dieron a conocer públicamente las fotos del cadáver y no se conoce el expediente de la causa en su totalidad.
Tras el deceso, fueron pocas las personas que tuvieron acceso directo al difunto. Sus familiares, unos pocos efectivos de la policía, médicos y funcionarios son los únicos que presenciaron de cerca los restos de quien fue uno de los hombres más poderosos de los años 90 y uno de los responsables del homicidio del fotógrafo de Noticias, José Luis Cabezas.
Miguel Cosso, comisaro retirado de Gualeguaychú, integró el operativo de allanamiento a la estancia San Ignacio el 20 de mayo de 1998.
Tuvo la tarea de abrir la puerta de la pieza donde se ocultaba Yabrán en el momento en que se disparó. Así lo detalló a Perfil: “Luego de haber revisado todas las partes de la estancia y las habitaciones continuas, habíamos dejado para lo último esa habitación. Cuando conseguimos una llave para abrir, doy vuelta con la llave, pongo la mano sobre el picaporte y salta el pestillo. Ahí se siente un disparo fuerte, una escopeta con dos caños ¡Imagínese! Fue como una frenada de colectivo, no sabes lo que pasa, si están tirando ahí o que fue lo que pasó”.
“Uno respira profundo, piensa e ingresa. Ahí ya lo vimos tirado boca abajo con la escopeta por debajo de su cuerpo. La habitación estaba llena de humo. Le tomo los signos vitales. Para mí estaba fallecido. Se había pegado en la boca y tenía una hinchazón en la cabeza. No salieron los disparos para afuera y después con el correr de las horas se fue hinchando todo el cuerpo. Ahí dispusimos preservar la zona”, agregó el testigo.
Tras el suicidio, circularon versiones de vecinos que mencionaban camionetas 4X4 que de forma misteriosa abandonaron la estancia justo antes de la llegada de la policía: “Se hablaron tantas cosas. Yo nunca vi a nadie. Nosotros llegamos a la estancia e ingresamos, nos atendió el mayordomo, había uno o dos peones. Que yo sepa, eso no ocurrió”, replicó Cosso.
Pocos minutos después del hecho, el entonces también comisario Alfredo Colazo, jefe del Área de Papiloscopía de la policía de Entre Ríos, fue convocado de urgencia junto a su equipo. Cuando llegó a la escena, vio el cuerpo de Yabrán en posición “cúbito central” en el piso del baño de la suite principal. Según recuerda, estaba vestido con un conjunto Adidas y en la pieza reinaba el orden y la pulcritud.
“Había dejado tan perfectamente ordenadas las cosas en su habitación que llamaba la atención. Cada cosa estaba en su lugar. Jamás vi un caso como ese. Eso hablaba de la personalidad y de la meticulosidad de Yabrán”, asegura el oficial a Perfil. Tras la autorización pertinente, Colazo debió mover el cuerpo para tomar las huellas dactilares, que luego –según se supo– se compararon con los registros de diferentes juzgados federales y con los datos de la cédula de identidad de cuando el magnate tenía 12 años.
Fue su área la encargada de las pericias científicas de la escena del suicidio.
Entre ellas, Colazo asegura que se sacaron unas 150 fotos del cuerpo, que hasta el día de hoy nunca vieron la luz. “A nosotros jamás se nos filtró ni una imagen”, remarca. Veinte años después, el excomisario opina que Yabrán “ya tenía planificado suicidarse”.
“Él había preparado la escena del crimen durante días. Mandó a buscar el arma y se vistió para la ocasión. Era una persona muy detallista, según analizamos en la escena del crimen. Lo que nos llamó la atención es que se vistió para tal efecto y se suicidó en el lugar. Se puso un equipo Adidas, después que se levantó y dejó todo perfectamente ordenado”, explica.
Ante la pregunta de porqué nunca se peritaron los automóviles de la estancia y las pertenencias del joven casero Aristimuño, dice: “Él (por Yabrán) tenía los vehículos que tenía, que manejaba un chico que era su empleado. Nosotros hicimos todo lo de la escena del crimen. Lo otro lo pudo haber investigado la jueza (Pross Laporte, a cargo de la causa), pero nosotros nos limitamos a lo que era la escena y la parte pericial”.
Los testigos menos pensados. Cuando la noticia de la muerte de Yabrán llegó a los noticieros nacionales, Gualeguaychú comenzó a llenarse de periodistas.
Solo tres de ellos lograron escabullirse entre los pasillos de la funeraria La Previsora, tras una pelea entre movileros que hacían guardia y un conductor de ambulancia.
Hernán Brienza tenía entonces 26 años y era el flamante cronista que el Diario Perfil había enviado a Entre Ríos. Facundo Pastor, un joven productor de 19 años que trabajaba para América TV, también buscaba una exclusiva.
El dúo porteño fue guiado por un periodista local, Manuel Lazo, quien horas antes había dado la exclusiva sobre la muerte de Yabrán desde la tranquera de la estancia San Ignacio.
Una vez adentro, los periodistas vieron cómo dos hombres desinfectaban, lavaban y arreglaban el cuerpo del “cartero” para lo que horas después sería el velorio. “La luz de los tubos fluorescentes golpeaba pálida sobre el féretro acomodado en un rincón de la sala, entre una puerta que daba a un baño y otra que conducía a un espacio indefinido. De entre los retazos de nailon emergió, primero, un brazo sin dueño, y por último, el cuerpo completo”, relató Brienza en la nota que después escribió para Perfil.
Bajo la luz blanca, los tres observaron el mismo cadáver: un hombre de más de 50 años de cara y cuerpo hinchados. Pero los tres llegaron a conclusiones diferentes. Mientras que Brienza buscaba las cicatrices que lo habían hecho tan famoso en las fotos de José Luis Cabezas en Pinamar, Facundo negaba que se tratara del cuerpo de Yabrán.
Para Lazo, quien había conocido al “cartero” en persona por su trabajo periodístico en Gualeguaychú, la respuesta era certera: era él.
“Para mí fue muy fuerte la sensación de estar siendo testigo de un acontecimiento histórico. Estando en la Casa Previsora tenía la sensación de que millones de personas querrían estar en ese lugar. Y eso muy fuerte porque sos parte de la historia. Es algo que muy pocas personas pudieron ver y eso da vértigo”, reflexiona hoy Brienza.
Pastor recuerda sus dudas iniciales sobre el caso: “La primera reacción que tuve fue pensar que no se trataba de Yabrán porque parecía que era un cuerpo un poco más corto que ese metro ochenta que él tenía. Con el paso del tiempo entendí que eso era parte más de un mito o de un prejuicio periodístico con el que yo también había llegado”.
Lazo asegura que “la cara de Yabrán era como una máscara de latex porque la perdigonada rompió toda la estructura ósea, pero no estaba irreconocible”. “Creo que Facundo se descompuso y también yo. Nunca tuve dudas de que era Yabrán. Tampoco compré la idea de que alguien se había inmolado en nombre de él para que apareciera, me parecía demasiada fantasía”, narra.
La jornada les desparó otra sorpresa cuando Miguel Yabrán, uno de los hermanos de Alfredo, los encontró en el lugar y les espetó un “espero que no haya ningún periodista aquí dentro, porque le pego un tiro en la cabeza”. En ese momento un policía salió al rescate y se llevó al enfurecido hombre a otra oficina.
Tras el hecho, los periodistas sufrieron situaciones que incluyeron grabaciones telefónicas y autos estacionados con gente adentro durante días frente a sus casas. “La noche en que vimos el cuerpo tuve una conversación por teléfono con un compañero diciéndole lo que acababa de vivir. Esa conversación después me la subían en forma reiterada al contestador automático. Me la dejaban grabada, recortada y con mal sonido. Yo la borraba y a los tres o cuatros días volvía. Eso me asustó un poco”, detalla Facundo.
En el caso de Brienza, vio por semanas el mismo coche estacionado frente a su casa con gente adentro.
La vida de Lazo, que siguió radicado en Gualeguaychú, también cambió. “Viví durante mucho tiempo con el temor de haber sido testigo. Dejé de ir al campo que tenía por la zona. Hasta me sentía seguido por la ruta”, asegura.
Acerca del mito de si el empresario sigue vivo, Brienza esboza una teoría singular. “Si una persona como Yabrán, que era tan poderosa, se suicida, todo lo que pensábamos de él podía ser falso.
Entonces, necesitamos inventar un mito para tapar nuestra cobardía, para sentir que no nos asustamos porque sí. Además, hay una forma de razonar de querer ser suspicaz, de no quedar nunca como el ingenuo del grupo. Entonces, a veces es preferible pasarse de rosca en la suspicacia y decir: ‘¡Cómo se va a matar Yabrán!’”.
Por Ayelén Bonino, para Editorial Perfil