Nota realizada por el Lic. Rafael L. Briano (Facultad de Humanidades – UNMdP)

Putin, el imperio de los zares y la URSS

“Quien no extrañe la Unión Soviética, no tiene corazón. Quien la quiera de vuelta, no tiene cerebro”. Vladimir Putin

A principios de los 90´, sobre los escombros de la URSS, el presidente de la Federación Rusa, Boris Yeltsin, recurrió a la Rusia prerrevolucionaria para reconstituir la identidad nacional. Por consiguiente, se presentó a la época Imperial como un período de esplendor y grandeza que fue desviado de su “curso natural” en la historia por la “Revolución de Octubre”. Se decidió reemplazar la bandera soviética por la bandera tricolor de la época zarista, se restablecieron las estrechas relaciones con la Iglesia Ortodoxa y se reemplazó el himno soviético. Hoy en día, al igual que en el período zarista, el Estado y la Iglesia actúan como fundamentos y garantes del orden político y social.

Vladimir Putin es, sin duda, la figura política más importante de la historia reciente de ese país y ha estado en el poder, como presidente o como primer ministro, desde 1999 hasta la actualidad. En caso de terminar su mandato, en 2024, cumpliría casi un cuarto de siglo al frente del país más extenso de la tierra.

Al igual que su predecesor, abandonó toda referencia al comunismo o al anticapitalismo y apeló al pasado para restaurar la identidad rusa pero en este proceso también recuperó y rehabilitó algunos elementos del pasado soviético. Su nacionalismo (donde se entremezclan elementos de la época zarista, la tradición eslavófila y la etapa soviética) está centrado en la idea de una “Gran Rusia”, con un pasado glorioso, destinada a ocupar un lugar preponderante en la escena internacional.

Putin proviene de los organismos de seguridad soviéticos y, destinado en Alemania Democrática, vivió personalmente la caída del muro de Berlín. En varias ocasiones ha dado muestras de ambigüedad respecto al pasado soviético y el legado comunista. Hace algunos años afirmó que le gustaban mucho y le seguían gustando las ideas comunistas y socialistas y que el manual del “constructor del comunismo” se asemejaba mucho a la Biblia. También mencionó que “al igual que otros veinte y tantos millones de ciudadanos soviéticos” fue miembro del partido. Por otro lado, reconoció los excesos de las represiones soviéticas y la tragedia del Gulag y criticó a Stalin y algunos aspectos de la política exterior soviética. La postura de Putin no es una anomalía, la Rusia actual todavía está repleta de simbología y monumentos de ese período.

¿Por qué Ucrania?

Desde inicio del siglo XXI Rusia ha ido reconstruyéndose y lentamente recuperó un papel relevante en el escenario internacional. Desde que Putin lidera a la Federación rusa ha habido intervenciones militares en Chechenia (para exterminar al “yihadismo” separatista), países de la ex URRSS como Georgia, Kirguizistán, Kazajistán, Ucrania y Siria.

Desde su concepción “Occidente” se presenta una vez más como un adversario ante el cual Rusia debe defenderse. Es verdad que EEUU y la OTAN han hecho mucho para fomentar esta percepción de “fortaleza asediada” y algunos nostálgicos de la “Guerra Fría” no han cambiado su enfoque geopolítico. La prueba más clara es la ampliación hacia el este de la alianza militar liderada por EEUU y la inclusión en ella de países que durante la “Guerra fría” formaban parte de la órbita soviética.

Desde 1991 a esta parte el sistema internacional se ha modificado debido al ascenso de nuevos actores, sobre todo China, y la hegemonía estadounidense da muestras claras de sus limitaciones (el abandono de Afganistán en manos del Talibán luego de veinte años de ocupación es una muestra cabal de esto). A pesar de estas transformaciones el “multipolarismo realmente existente” todavía no se ha visto plenamente reflejado en la arquitectura institucional mundial.

Hace poco menos de una semana Putin reconoció a las autoproclamadas “República Popular de Donetsk” y “República Popular de Lugansk”, dos regiones separatistas pertenecientes a Ucrania que desde 2014 luchan contra el poder central. Anunció que Rusia iba a comenzar una “intervención militar especial” con el objetivo de “proteger a las personas que han sido objeto de abusos y genocidio por parte del régimen de Kiev durante ocho años, (…) para ello, nos esforzaremos por desmilitarizar y desnazificar Ucrania. Y también para llevar ante la justicia a quienes han cometido numerosos y sangrientos crímenes contra la población civil, incluidos los ciudadanos de la Federación de Rusia”. Una vez más un presidente de un país poderoso tratando de justificar en términos “humanitarios” la invasión de otro país.

La tragedia ucraniana es, en cierto modo, una consecuencia más del colapso de la URSS pero también tiene raíces más profundas en la historia. Para Putin “Rusia y Ucrania son un mismo pueblo”, Ucrania “nunca tuvo una tradición de Estado genuino” y fue “creado” por Rusia. Sin embargo, desde la disolución de la URSS en diciembre de 1991, Ucrania ha sido reconocida internacionalmente como un país independiente y nadie había puesto en duda su integridad territorial hasta la anexión rusa de Crimea en 2014.

Recién estamos viendo las primeras consecuencias de la tragedia: destrucción, muerte, cientos de miles de refugiados, declaraciones altisonantes y una guerra que podría expandirse. Las conversaciones entre ambas partes para lograr una tregua todavía no han dado resultados. Escuchando las noticias del horror, aún apostamos que la vía diplomática logre lo que la fuerza nunca conseguirá.

Lic. Rafael L. Briano (Facultad de Humanidades – UNMdP)

Jefe de Trabajos Prácticos de la materia Sistemas Políticos Comparados

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