La “elección de nuestras vidas”, le dicen de ambos lados al balotaje del domingo que ha partido a Brasil y que puede consolidar el poder casi total en las manos del ultraderechista Jair Bolsonaro, en caso de reelección, o redimir el regreso del líder obrero Luiz Inácio Lula da Silva, el favorito en las encuestas.

El gran interrogante es, de todos modos, si Bolsonaro aceptará una posible derrota, como lo hizo en la primera vuelta del 2 de octubre, cuando sorprendió a las encuestadoras con un 43,3% contra el 48,4% del vencedor Lula, o tendrá una reacción similar a la de su aliado estadounidense, Donald Trump, cuando perdió ante Joe Biden en 2020.

Unas 156,4 millones de personas elegirán al presidente que asumirá el 1 de enero de 2023 por cuatro años, en un resultado que seguramente influirá en el mapa político latinoamericano y mundial.

Si Bolsonaro es reelecto, quedará como el gran exponente global de la extrema derecha. Si Lula vuelve, será reivindicado tras haber sobrevivido al “lawfare” del Lava Jato, mientras que su Partido de los Trabajadores (PT) tendrá menos espacio al compartir poder dentro de un frente amplio democrático, que habrá logrado derrotar a un proyecto inédito de la ultraderecha neoliberal con una gestión cívico-militar.

La última encuesta de Datafolha otorga a Lula cinco puntos de ventaja, pero la misma encuestadora aclara que hay un 10% del electorado que elige a quién votar 24 horas antes de llegar a la urna.

El panorama está abierto aún y se teme una radicalización tras el balotaje. Es lo que se está llamando “tercera vuelta”, es decir, el no reconocimiento del resultado, una situación que no tendría precedentes en la historia brasileña, sobre todo porque Bolsonaro ha denunciado al Tribunal Superior Electoral de parcialidad este miércoles, al denunciar un supuesto boicot de radios del noreste que no pasaron su publicidad electoral.

En 2014, el candidato Aecio Neves aceptó la derrota ante Dilma Rousseff el domingo por la noche, pero luego accionó a la justicia electoral sobre falta de transparencia, sin éxito, pero abriendo una crisis política que terminó en la destitución de la mandataria dos años después.

El presidente del tribunal electoral, Alexandre de Moraes, no sólo rechazó la denuncia de Bolsonaro, sino que mandó a investigar a su equipo de campaña por intentar “provocar conflicto” antes del balotaje, una decisión que el mandatario analizó con los jefes del Ejército, Marina y Fuerza Aérea, en otro escenario inédito desde la vuelta de la democracia en 1985.

La violencia política, que según la ONG Justicia Global aumentó 400% en esta campaña frente a la de 2018, es otro de los condimentos de la explosiva elección. Y ya son más de 1.600 las empresas denunciadas por amenazar y extorsionar a sus empleados si votan a Lula o prometer aumento de salario si gana Bolsonaro.

El viernes, el diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente, sugirió “postergar” las elecciones porque su padre fue “perjudicado” por la justicia electoral.

Esto amplió los fantasmas del siempre presente Efecto Capitolio, sobre todo porque desde setiembre de 2021 Bolsonaro denuncia falta de transparencia en las urnas electrónicas.

Ante una pregunta de Télam, el coordinador de la campaña y del programa económico de Lula, Aloizio Mercadante, pidió que la comunidad internacional reconozca los resultados el domingo a la noche. “Tenemos el cuero duro para defender la transparencia del proceso electoral”, aseguró.

La campaña para la segunda vuelta estuvo marcada por varios puntos escandalosos y una avalancha de “fake news”, sobre todo contra Lula, que ganó en la justicia electoral más de 30 derechos de respuesta.

Lula logró para el balotaje el apoyo de la tercera candidata más votada, Simone Tebet, que obtuvo el 4% en la primera vuelta, y del Partido Democrático Laborista (PDT) de Ciro Gomes, que sacó 3%.

Sin dudas, la estrella de la segunda vuelta es Tebet, senadora conservadora del Movimiento de la Democracia Brasileña (MDB) que participó activamente de la campaña y se asegura un lugar en el gabinete de Lula en caso de victoria y una perspectiva para las presidenciales de 2026.

Lula logró además el respaldo de intelectuales, artistas y viejos rivales como el expresidente Fernando Henrique Cardoso, gran parte del Partido de la Social Democracia Brasileña (PDSB), entre ellos el equipo de economía de ortodoxos que creó el Plan Real y siempre ha criticado al PT por populista, así como del expresidente José Sarney.

Bolsonaro consiguió en la primera vuelta consolidar al oficialismo en el Congreso con la elección de diputados y senadores que convirtieron al Poder Legislativo en una fortaleza del oficialista Centrao, el bloque de partidos que domina la agenda económica y política del gobierno a cambio de administrar parte del presupuesto nacional.

Un miembro de la campaña de Bolsonaro en San Pablo que pidió el anonimato dijo a Télam la semana pasada en la casa del gobierno estadual paulista, el Palacio de los Bandeirantes: “Si le ganamos a Lula, el PT no tendrá sucesor y se inaugurará un período de poder de 20 años del bolsonarismo”.

En caso de derrota de Lula, será un pozo de difícil fondo para la oposición, por la dificultad de ver un sucesor con la popularidad del líder de 77 años. A la vez, Lula prometió que si gana no buscará una reelección.

Con la falta de apoyo entre los partidos que participaron del balotaje, Bolsonaro edificó un apoyo en los principales estados del país: San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro.

En San Pablo obtuvo un aliado de peso y sorpresivo en el gobernador paulista, Rodrigo García, del PSDB, que traicionó a su fuerza y por su cuenta le abrió las puertas al bolsonarismo en el estado más rico y poblado del país.

Por eso, si el bolsonarismo pierde a nivel nacional puede tener un premio consuelo si se confirma la victoria en San Pablo del exministro Tarcisio de Freitas, del partido Republicanos, de la Iglesia Universal, ante el petista Fernando Haddad.

En total, habrá segunda vuelta para gobernador en 12 estados: además de San Pablo, en Río Grande do Sul, Santa Catarina, Amazonas, Roraima, Alagoas, Bahia, Espirito Santo, Mato Grosso do Sul, Pernambuco, Rio Grande do Sul y Roraima.

La campaña será recordada también como una “guerra santa”: Bolsonaro, que lidera por 70 a 30 entre los evangélicos, hizo dos tercios de sus actos dentro de templos de esa religión, sobre todo de la Asamblea de Dios, neopentecostales que han amenazado a sus pastores y fieles que se rebelaron contra el voto al ultraderechista.

El bolsonarismo llamó a Lula “satánico”, a su esposa Janja de “macumbera” y lanzó un arsenal de “fake news” a los más de 220.000 grupos de WhatsApp bolsonaristas diciendo que su rival cerrará los templos e implementará baños unisex en las escuelas.

El presidente también hizo declaraciones escandalosas que le valieron acusaciones de pedofilia al referirse a adolescentes venezolanas de 14 años como supuestas prostitutas.

Y se vio salpicado por la controversia cuando el domingo pasado el condenado exdiputado Roberto Jefferson, su aliado, lanzó tres granadas y 20 tiros de fusil para resistirse a la policía, que lo iba a detener por haber violado la prisión domiciliaria tras llamar “prostituta” a la jueza suprema Carmen Lucia Antunes.

En el medio, el Centrao en el Congreso pidió abrir una comisión investigadora contra las encuestadoras que se equivoquen con más de 2 puntos de diferencia y el ministro de Economía, Paulo Guedes, puso en aprietos a Bolsonaro al afirmar que iba a reducir jubilaciones y el salario mínimo en caso de reelección para desindexarlos de la inflación.

El Tribunal Superior Electoral pretende informar los resultados del domingo a partir de las 17, cuando cierren los centros de votación y comiencen a ser cargados en tiempo real los números de las urnas electrónicas distribuidas en los 27 estados, que se usan desde 1996.